El avistaje de la gran fauna marina, con la ballena franca austral como estrella del cartel, es el atractivo más reconocido de esta zona del Chubut argentino. A bordo de un camper la descubierta de este área natural de primer orden mundial adquiere una nueva dimensión, más gratificante y con más posibilidades de sorpresas recorriendo las tierras esteparias del interior. 

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Puerto Madryn es una urbe de aspecto apacible, extendida entre lomas que declinan hacia el este, mirando hacia las tranquilas aguas del Golfo Nuevo y con escasos edificios de altura. En los días festivos y con buen tiempo, la costanera con más de tres kilómetros de cuerda se convierte en el ágora vital de la ciudadanía, sin distinción de clases ni edades. Después del almuerzo, acuden en tropel familias enteras cargadas de sillas y convenientemente avitualladas para pasar la tarde. La logística desplegada rivaliza con la de los numerosos grupos de amigos y conocidos de barrio que comparten aficiones comunes. No faltan las parejas de enamorados, los runners, los patinadores, los ciclistas y los meros paseantes. Todos tienen su tempo, se acoplan con naturalidad a un espacio que parece saturarse a cada minuto que pasa sin que las conversaciones decaigan hasta bien entrada la tarde. Nada parece estático y todos los actores, de extremo a extremo del paseo, disfrutan y hacen suyo este gran espacio público compartiendo el ritual del mate. Sin duda, es un momento perfecto para tomar el pulso de una forma muy entretenida a esta ciudad del Chubut argentino que, con alrededor de 80.000 almas, posee una potente actividad comercial y económica que irradia hasta los confines de los vecinos departamentos de Biedma y Rawson.

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Puerto Madryn es, además, un centro turístico de primer orden que saca partido de los atractivos naturales que la rodean, la observación de la gran fauna marina que se guarece en Península Valdés y el hermetismo de las estepas de visiones infinitas. Para los naturalistas amateurs, todas las estaciones del año son propicias para su avistamiento. Dependiendo de la época es posible observar grupos de delfines y toninas, colonias de pingüinos, elefantes y lobos marinos o la ballena franca, la reina indiscutible del lugar junto con la orca. Es cuestión de hacerse con un programa de su presencia en la zona según preferencias y planificar el desplazamiento.

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Aventurarse por su descarnado litoral marino, en alternancia continua de acantilados agrestes, playas infinitas y ensenadas cargadas de épica colonizadora y de naufragios dramáticos es también una elección magnífica y excitante. Los circuitos de BTT son interminables en distancia y número y la red de pistas -de ripio- permite incursiones tierra adentro, allá donde este territorio patagónico batido por un viento sempiterno, muestra su aspecto más severo. Sin embargo, a pesar de su rudeza, la estepa esconde tesoros naturales preciados e inesperados, como lagunas que son punto de encuentro de guanacos, choiques -el avestruz patagónico- armadillos o zorrinos. El puma es un visitante ocasional y el yaguareté -pariente de la pantera- al igual que el cóndor, fue exterminado a comienzos del siglo XX. Los reyes del espacio aéreo, además de gaviotas de todas las clases y tamaños, son ahora los cormoranes, chimangos y caranchos.

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Fuera de los límites de Puerto Madryn, la población es dispersa, aglutinada en torno a las estancias o incluso de asentamiento temporal, cuando la época de pesca es más favorable en las costas del golfo de San José, como Larralde o Villarino. En este enclave se sitúa el desembarco de los primeros colonos españoles, producido un par de siglos antes de que otros colonos, galeses, lo hiciesen a finales del s XVIII en Punta Cuevas, un risco muy próximo al núcleo urbano de Puerto Madryn y empezasen a forjar -y forzar- una nueva realidad en detrimento de sus habitantes nativos, los tehuelches.

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Una réplica de la capilla levantada en conmemoración de la llegada y estancia temporal de los españoles puede verse en el puesto de guarda fauna de Punta Galés, frente a la isla de Los Pájaros, un decorado ensordecedor en época de cría de las aves que podría ser por derecho propio lugar de peregrinaje de los cinéfilos adictos a Hitchchok. En fin, camino de Península Valdés, la localidad de Puerto Pirámides, de poco más de 1.000 habitantes, es el núcleo humano más relevante. Antaño un minúsculo puesto de pescadores, Puerto Pirámides ha vivido un boom en últimos 7 u 8 años con la promoción de la zona como espacio natural protegido y casi único para el avistamiento de las ballenas francas australes, cercanas al millar de ejemplares según las cuentas de los científicos. En época alta de su presencia en las aguas del Golfo Nuevo, de mediados de septiembre a finales de noviembre, centenares de turistas embarcan diariamente con el propósito de avistar estos cetáceos que pueden llegar a medir 20 metros y rondar las 40 toneladas de peso. Probar fortuna no está nada mal, al menos una vez. Observar de cerca las evoluciones de un animal de estas proporciones -y con algo más de suerte verlo saltar y quedar boquiabiertos por el estruendo del choque- puede justificar pagar los 800 pesos argentinos de media por persona (algo más de 50 euros) que cuesta ir como una sardina en la cubierta de cualquiera de las embarcaciones que zarpan a partir de media mañana del muelle.

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Por el contrario, si las aglomeraciones te agobian, no son lo tuyo -o como complemento al barco- es mejor invertir el tiempo en realizar descubiertas por las playas del noreste de Puerto Madryn, desde Manara hasta playa Garipe y Cerro Prismático, unos 25 kilómetros costeros siguiendo la carretera de tierra A42. El punto central, al menos de más tradición para su contemplación es a pie de los arenales de El Doradillo y Las Canteras. Con la marea alta -imprescindible hacerse con una tabla de mareas, que ofrecen en la oficina de turismo- están a tocar, sentirás su respiración, escucharás de forma nítida la potencia de los soplidos y serás cómplice de las conversaciones entre madres y crías. Lejos del batiburrillo de Puerto Pirámides, entrarás a formar parte del entorno espontáneamente y aunque no seas el único humano absorto en su contemplación, tendrás la sensación de que las ballenas pasean y se muestran solo para tus ojos y sentidos. Te sentirás aliviado de permanecer alejado cuando les da por golpear el agua con la aleta caudal, que puede alcanzar los 6 metros de envergadura. Los impactos se escuchan a centenares de metros de distancia.  Impresionante también verlas navegar a vela, con la aleta caudal en ristre…

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Tras unas horas de observación -que transcurren rápido, os lo aseguramos- y práctica diaria reiterada -que no cae en la rutina- llegas a diferenciarlas, madres y crías. Las muescas de las aletas pectorales, las manchas -grises, blancas o marrones- y su distribución o la forma de las callosidades sobre la cabeza típicas de estos cetáceos son como nuestras huellas dactilares, únicas. No todas respiran igual; algunas ballenas francas emiten sonidos graves, profundos y regulares, como los viejos motores yanquees Big Mac V8; otros sonidos, en cambio, parecen producto de una despresurización brusca cuando abren las fosas nasales y dejan escapar agua pulverizada cerca de tres metros por encima de sus cabezas…

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Las noches pasarán deprisa adivinando el sentido de su marcha, intentando escrutar en la oscuridad las siluetas de sus enormes cabezas (1/3 del largo de su cuerpo) desplazándose al borde de la orilla. La mejor pista, el sonido de su respiración… Todas las situaciones, sean maniobras de coqueteo, exhibición, distracción, adiestramiento de ballenatos o acciones vitales cautivan por igual y hasta la fecha no hemos conocido una terapia natural y animal tan relajante como el seguimiento paciente de su comportamiento. Si vais con un camper, mucho mejor, podreis pernoctar tranquilamente y despertar con el día a la espera y amparo de su presencia. Nosotros estuvimos varias semanas fascinados con su presencia y el aprendizaje de sus hábitos antes de volver la mirada hacia los Andes y reemprender a bordo de Puyehue el camino de la Carretera Austral que el invierno interrumpió. Chema Huete & Merce Durán.

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Apuntes y sites prácticos:

En Puerto Madryn, además de pasear por la costanera -no perdáis la oportunidad si es un domingo- acercaros por la Oficina de Turismo para cualquier reseña pero, sobre todo, no olvidéis de solicitar una tabla de mareas. Os ayudará a planificar los desplazamientos a El Doradillo y Las Canteras.

El estacionamiento y pernocta de campers, caravanas, etc. no está permitido en el centro de Puerto Madryn y el sentido común aconseja hacerlo en alguno de los campings cercanos. Los mejores son los del Aca Punta Cuevas y el de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica), algo más alejado, también sobre el Bv. Almte. Brown / Julio Verne. Ambos ofrecen buen trato, con instalaciones correctas -mejor los sanitarios/duchas de la UOM- y están habituados a tratar con viajeros de todas partes.

Oxígeno Patagonia (Estivariz con Chaco) es un establecimiento donde recargar bombonas de gaz y la Casa Nayfer (25 de Mayo, 366) es uno de los mejores puntos especializados en accesorios y consumibles para el caravan (reposición de líquidos WC, pe.)

En la Reserva de Península Valdés, la pernocta es tolerada en algunos puntos como Playa Pardelas o Punta Larralde o en los aledaños del centro de Puerto Pirámides, que posee un camping municipal pero que solo está abierto en temporada alta.

El agua es un bien escaso en Península Valdés. Aprovisionarse antes de entrar y en caso de necesidad (fuera del camping municipal de Puerto Pirámides… si está a bierto) la ES YPF y los bomberos facilitan algo de agua.

Algunos sites de interés:

www.peninsulavaldes.org.ar (web del Área Natural Protegida Península Valdés)

www.chubutur.gov.ar (web de turismo de la provincia del Chubut)

www.madryn.gov.ar (web de turismo de Puerto Madryn)

www.icb.org.ar (web del Instituto de Conservación de Ballenas)