La mayoría de los cruces y altos de carreteras de Argentina y de la región chilena de Aysén cuentan con capillas pintadas en rojo que rinden homenaje a la figura del gaucho Gil. Héroe o villano, lo cierto es que el más humilde de los santones populares argentinos cuenta con miles de seguidores.
Antonio Mamerto Gil, más conocido como ‘El Gauchito Gil’, también como ‘Curuzú Gil’ (del guaraní curuzú, cruz) fue un trabajador del campo, seguidor de San La Muerte, otro santo profano con bastante prédica en el noreste argentino. Originario de la zona de Pay Ubre, antigua Mercedes, en la provincia de Corrientes, el gaucho Gil nació entre 1840 y 1848 -no hay unanimidad sobre la fecha exacta- y fue degollado en una encrucijada de caminos situada a unos 8 kilómetros de Mercedes, un 8 de enero del año -según la versión mayoritaria- de 1878.
Aquellos tiempos eran momentos de enfrentamientos fraticidas entre seguidores del Partido Liberal (o Celestes) y del Partido Autonomista (o Colorado). Antonio Gil, después de participar en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) fue reclutado por los autonomistas para pelear en la guerra civil que vivía la región correntina, pero desertó. Tiempo después sería capturado por los Colorados -las fuentes históricas citan el nombre del Coronel Zalazar como responsable de su apresamiento- y dado que la deserción se castigaba con la muerte, fue colgado de un árbol por los pies y degollado.
Cuenta la leyenda que momentos antes de su muerte, Gil de dijo a su verdugo, un sargento de la tropa de Zalazar que al parecer tenía un hijo muy enfermo, que debía rezar en su nombre por la vida de su vástago. De vuelta a su casa, el verdugo así lo hizo y su hijo sanó inmediatamente. En gratitud, Gil recibió un entierro digno y el pueblo enterado de lo que calificó como milagro erigió un santuario en el mismo lugar de su muerte que no ha parado de crecer en tamaño y devoción. Aquel primer sanamiento y otras muchas acciones posteriores atribuidas al gaucho Gil trascendieron sus fronteras naturales y las limítrofes de Misiones y Formosa hasta extenderse por toda Argentina, desde el norte a los confines de Tierra de Fuego. Santuarios y capillas, desde las más humildes construidas en madera y piedra seca hasta mausoleos de envergadura en mampostería, acompañados de tantas capillas como familias viven en las cercanías, están presentes por cruces de caminos y altos y su número no parece que vaya a decaer. El color rojo de las mismas y las banderas y las cintas que las acompañan que cuelgan en árboles, arbustos o tacuaras clavadas en la tierra hacen referencia al color del Partido Autonomista del que formaba Gil.
Es costumbre entre sus seguidores dejar una cita roja atada o una nota en cualquier santuario en señal de agradecimiento o petición de cualquier tipo, el límite lo pone la imaginación del propio sujeto. Entre los automovilistas, camioneros y conductores de bus no faltan estampas, cintas y figuras del santón repartidas por los tablieres o pendiendo de los retrovisores. También es costumbre hacer sonar el claxon del automóvil al paso de cualquier capilla o santuario en señal de simpatía y protección.
Considerado un Robin Hood por unos y un villano por otros, lo cierto es que cada 8 de enero, miles de devotos del Gauchito Gil acuden al santuario levantado en el cruce de las rutas 123 y 119, a unos 8 km. de la ciudad de Mercedes convirtiendo el escenario de su muerte en la peregrinación más multitudinaria de toda Sudamérica. Este año, alrededor de un cuarto de millón de personas rindieron homenaje al más humilde de los santones populares argentinos. M. Duran y Ch. Huete