El viernes 17 de febrero de 1922, bajo la consigna de no acostarse con los militares asesinos de jornaleros durante las huelgas habidas en la Patagonia en 1921-22, las prostitutas del burdel ‘La Catalana’ clamaron contra el terrorismo de estado del gobierno de Irigoyen y mostraron su solidaridad con los cientos de trabajadores llevados a la muerte.

Amalia Rodríguez, Angela Fortunato, Consuelo García, María Juliache y Maud Foster fueron las únicas mujeres de Puerto San Julián (Argentina) que reivindicaron la causa del trabajadores rurales asesinados en las huelgas obreras de 1921-22.

101 años después, la acción protagonizada por las pupilas de Puerto San Julián (provincia de Santa Cruz, Argentina) es considerada como un acto heroico, casi inimaginable en un contexto social de máxima represión, de fusilamiento inmediato ante cualquier protesta. Cinco mujeres, las más valientes y dignas entre una población aterrorizada o cómplice de la barbarie cometida, protagonizaron “la única e inesperada derrota de los vencedores” en palabras del historiador Osvaldo Mayer, autor de la mítica obra ‘Patagonia Rebelde’. Mayer dedica el epílogo de la publicación al episodio del prostíbulo de ‘La Catalana’, llamado así porque su dueña, Paulina Rovira, era catalana. 

Emplazada en un entorno natural magnífico, la ciudad de Puerto San Julián, con dominio de casas bajas, muchas de ellas construidas bajo influencia de la arquitectura británica colonial, aparece ordenada y amable a ojos del visitante. No hay apremio fuera de la época de vacaciones y un paseo por el centro histórico a orillas del Atlántico siempre resulta agradable. La presencia de una réplica de la nao Victoria, la más célebre de las cinco naves que formaban la expedición de Magallanes y convertida en uno de los reclamos turísticos del lugar, nos transporta a las raíces de San Julián. Desde aquel fondeo en la bahía durante el invierno de 1541, no han faltado episodios intensos en esta región del levante de Patagonia. Pero ninguno de ellos la ha situado históricamente en el mapa como las huelgas obreras de principios del siglo XX. 

Contemplativos en la plácida y urbanizada costanera de San Julián, cuesta imaginar como de dura y salvaje debía de ser la vida un siglo o siglo y medio atrás por estos pagos, en gran parte una planicie esteparia azotada por los vientos dominantes de los Andes. Apenas concluida la campaña de sometimiento -o exterminio directo- de los pueblos aborígenes de la Patagonia, los gobiernos argentino y chileno de la época dieron barra libre a oligopolios ganaderos -mayormente ingleses, españoles y escoceses- para parcelar a su gusto el territorio conquistado. La estancia se constituyó en la organización económica y social rural más sólida en estos territorios infinitos y deshabitados. La superficie de explotación podía ir de unos cuantos cientos de hectáreas a superar el cuarto de millón. Uno de los casos más relevantes fue el del asturiano José Menéndez, conocido como el ‘Rey de la lana’, que llegó a controlar más de millón y medio de Ha. con un millón de cabezas de ovino y una producción anual de unos cinco millones de kilos de lana.  Fue amigo y valedor de Julio Argentino Roca, militar y político, máximo artífice de la colonización de los territorios australes argentinos. Algunos de los latifundios que creó Menéndez siguen en activo, como las estancias Anita, José Menéndez o María Behety. Cientos de braceros, mayormente hombres, provenientes de la región de Chiloé (Chile), desheredados de toda Europa y también originarios de territorios más septentrionales de Argentina conformaron la fuerza de trabajo.  

La actividad económica principal de las estancias era la producción de lana, que se enviaba a Europa bajo la protección del Imperio Británico. Pero de buen comienzo del siglo XX, Londres comenzó a importar lana de Nueva Zelanda y Australia. La competencia fue en aumento, la especulación que habían propiciado los mismos terratenientes acumulando stocks se volvió en su contra y los precios bajaron. El sector lanero argentino entró en declive y las condiciones de trabajo empeoraron. Las demandas de los obreros rurales para dignificar su trabajo no se hicieron esperar. Recibir el salario en metálico y no en bonos de cambio, un paquete de velas mensual para iluminar los barracones, un catre por persona, comida más variada que la carne de cordero como plato principal o botiquines mejor equipados y con instrucciones en castellano y no en inglés, un día de descanso semanal eran algunos de los requerimientos de los trabajadores.

La negativa de la patronal, agrupada en la Sociedad Rural de Santa Cruz, dirigida por el español Ibón Noya y presidente de la ultraderechista Liga Patriótica Argentina, motivó la primera huelga del sector rural a finales de 1920 y comienzos de 1921. La movilización social agrupada en torno a la Sociedad Obrera de Río Gallegos fue organizada por anarquistas procedentes de Europa, entre ellos Antonio Soto Canalejo, natural de El Ferrol. Fue todo un éxito de respuesta y la patronal se avino al pacto. Sin embargo, el pronto incumplimiento de los compromisos contraídos por los oligarcas desembocó en nuevas protestas laborales unos meses después.

La represión del movimiento obrero en enero de 1919 en Buenos Aires por parte del gobierno de Hipólito Yrigoyen causó cientos de víctimas. Un acto de terrorismo de estado que tendría continuidad meses después en la Patagonia durante el verano austral de 1921-22

La respuesta del gobierno argentino de Hipólito Yrigoyen, instigada por la legación británica y otros conspiradores como el exgobernador de Santa Cruz Edelmiro Correa Falcón, además de Noya, en representación de los terratenientes, todos inquietos por salvaguardar sus intereses, fue el envío del X Regimiento  de Caballería del Ejército Argentino al mando del teniente coronel Benigno Varela, un tipo de conquista, ya curtido en las campañas de persecución de poblaciones indígenas y muy próximo al presidente argentino. Siguiendo el proceder de la Semana Trágica de enero de 1919 de Buenos Aires, que dejó cientos de muertos en las calles- se le dio carta blanca para atajar el conflicto a su antojo. Obviamente, este apoyo comportaba el encubrimiento del gobierno central de las consecuencias que pudieran derivarse, tal y como señaló el propio Varela en una nota enviada a sus superiores el 20 de marzo de 1922 una vez concluida las operaciones de castigo a los huelguistas. “… El Presiente me ha manifestado su conformidad con el procedimiento empleado por las tropas a mi mando en el movimiento sedicioso de la Patagonia, no permitiendo que se efectuara investigación alguna sobre el proceder de las tropas...” según recoge el periodista Juan Pablo Csipka en sus investigaciones sobre las huelgas obreras de la Patagonia a principios del siglo XX

El teniente coronel Benigno Varela (centro) junto a otros mandos del X Regimiento de Caballería y terratenientes de la provincia de Santa Cruz

En connivencia con la patronal lanera y propietarios de grandes empresas de comercio y transporte, temerosos de las consecuencias en el retardo de la campaña de la esquila, Varela no tuvo ningún remilgo en ordenar la caza y fusilamiento in situ de los huelguistas con la ayuda de los pistoleros -la guardia blanca- de la Liga Patriótica, tal como ya habían operado en Buenos Aires un par de años antes. Unas 1.500 personas fueron asesinadas durante el verano austral de 1921-1922 bajo la socorrida excusa de ser ‘Enemigos de la Patria’, según rezaba en la orden del oficial a los pelotones de fusilamiento. Los muertos fueron enterrados en fosas comunes, a ser posible anónimas con el claro propósito de ocultar esa sanguinaria y vergonzosa página de la historia. El terrorismo de estado iba perfeccionando sus métodos y sentaba las bases de actuación a generaciones futuras de golpistas, dictadores y genocidas…

La vieja comisaria de San Julián fue uno de los puntos de concentración de huelguistas presos. En sus calabozos fueron salvajemente torturados docenas de ellos antes de ser muertos y sepultados de forma diseminada por los alrededores. Algunos de esos osarios pueden localizarse a lo largo del trazado de la actual Ruta Nacional 3 o en ramales próximos. Por ejemplo, en su confluencia con la N281, en las inmediaciones de Jaramillo, donde una escultura honora la memoria de José Font, uno de los líderes más populares y respetados de la revuelta, ejecutado en las inmediaciones junto a una cincuentena de trabajadores más.

Otro de los escenarios sobrecogedores de aquella orgía de sangre y fuego se ubica en la ya mencionada Estancia Anita de José Menéndez, que sigue en manos de sus descendientes (familia Braun-Menéndez). Se estima que entre 80 y 140 jornaleros de los cerca de 500 prisioneros fueros ejecutados en el lugar durante el día del 7 de diciembre de 1921 por los soldados al mando del capitán Viñas Ibarra. Algunos consiguieron escapar al vecino Chile, como el gallego Antonio Soto, pero los que no pudieron zafarse del cerco militar fueron muertos allá mismo, encarcelados y deportados a las profundidades de la Patagonia. Un memorial levantando frente a la estancia, en los márgenes del antiguo trazado de la RP15 que conduce a El Calafate, recuerda el exterminio mientras los equipos de Memoria Histórica de Argentina continúan esforzándose por recuperar los restos y el nombre de todos los ejecutados.

El edificio del lupanar La Catalana sigue en pie y forma parte del circuito de memoria histórica de Puerto San Julián. Se localiza en el cruce de las calles Colón y Roca.

Concluido el genocidio, los efectivos del X Regimiento de Caballería fueron replegados a Puerto San Julián. Pero antes de ser embarcados hacia Buenos Aires, el 17 de febrero de 1922, Varela decidió premiarles por “tanto esfuerzo por fusilar” con recompensas sexuales enviándolos por tandas al prostíbulo ‘La Catalana’. Llegados al frente de la casa de tolerancia, el primer grupo de soldados se encontró con las puertas cerradas. Llamaron y golpearon en la entrada una y otra vez hasta que la dueña Paulina Rovira salió para comunicarles que sus pupilas se negaban a atenderlos. Los uniformados se lo tomaron como un insulto a la Patria y trataron de entrar por la fuerza pero se toparon con las putas, que les encararon con palos y escobas al grito de «asesinos«, «porquerías» y «con asesinos no nos acostamos«.  También les gritaban “cabrones malparidos” y “otros insultos obscenos propios de mujerzuelas” según recoge el informe policial de los hechos. El desconcierto entre los militares fue enorme, hicieron ademán de sacar sus machetes (charrascas) pero acabaron retrocediendo, según reflejan las crónicas. No comprendían que unas rameras, el eslabón más frágil y menospreciado en una sociedad de orden por la que ellos velaban se les cerrasen de piernas, que no cumpliesen con su deber de “satisfacer la picazón de sus ingles”, en palabras de Bayer en el mencionado episodio de su obra ‘Las Putas de San Julián”.


Cinco mujeres hicieron esa revuelta: un modesto acto de resistencia civil que terminó convirtiéndose en un enorme acto de justicia poética”. (Pablo Walker)

Maud Foster fue la única de las pupilas de La Catalana que regresó a Puerto San Julián. Sus restos reposan en el cementerio municipal de la ciudad.

Por supuesto, las mujeres fueron detenidas y conducidas a la lúgubre comisaria del pueblo junto a los músicos del local, luego liberados tras declarar en contra de ellas. Fueron identificadas como “…Consuelo García, de 29 años, argentina, soltera y de profesión pupila del prostíbulo; Ángela Fortunato, 31 años, argentina, casada y modista; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera; María Juliache, 28 años, española con siete años de residencia en el país, soltera; Maud Foster, 31 años, inglesa con diez años de residencia; soltera y de “buena familia…”; junto con Paulina Rovira, la dueña del prostíbulo. Todas terminaron en el calabozo por “insultar el uniforme de la Patria” y apoyar a los huelguistas, acaso la acusación más grave en ese contexto. En aquella situación, lo previsible es que las mujeres de La Catalana fueran fusiladas allá mismo, pero al jefe de la policía -un tal Albornoz, de apellido- le pareció que hacerlo sería engrandecer el único acto público de resistencia y solidaridad con los represaliados y desaparecidos. Así que después humillarlas y maltratarlas, les retiró la tarjeta sanitaria que les permitía trabajar forzándolas a salir del pueblo. Unas marcharon a Viedma y otras a Ushuaia. Tuvieron que cambiarse los nombres para borrar su pasado y evitar que la policía las siguiera molestando. Paulina Rovira se quedó en el pueblo y treinta años después, Maud Foster regresó a San Julián para ejercer como madame de La Catalana. Murió en 1968, a los 70 años, enferma de arterioesclerosis, cuidada por doña Laura, la nueva propietaria del local. Sus restos descansan en el cementerio municipal de San Julián. No faltan flores en su sepultura.

“Jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados; sólo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico. Están tapados por el silencio de todos, por el miedo de todos. Sólo encontramos esta flor, este gesto, esta reacción de las pupilas del prostíbulo “La Catalana”, el 17 de febrero de 1922. El único homenaje a tantos obreros fusilados” (Osvaldo Bayer)

Texto: Chema Huete, con la colaboración de Victòria Santafe y Miquel Castellsagué; Fotos: Archivo Nacional Memoria Histórica Argentina, M.  Castellsagué, Ch. Huete y V. Santafe.

Notas adicionales:

  • El teniente coronel Varela murió un año después, el 27 de enero de 1923, en un atentado. El anarquista alemán Kurt Wilckens arrojó una bomba a su paso y después lo remató de cuatro tiros, el mismo número de disparos de los mauser de los militares para fusilar a los obreros.
  • El presidente Hipólito Yrigoyen nunca rindió explicaciones del genocidio cometido en Patagonia, blocó cualquier investigación y permitió que el ejército se convirtiera en un poder de facto en la política argentina.
  • Osvaldo Bayer fue amenazado reiteradamente por los militares, la policía y la Triple A por sus investigaciones sobre los hechos de San Julián. En 1975, con el golpe militar, de se vio forzado al exilio.
  • El inmueble de La Catalana, así como los galpones Braun i Blanchard, donde dormían las tropas a la espera de recibir sus premios sexuales y que también sirvió de prisión provisional de los obreros, siguen en pie. La vieja comisaría de San Julián, pese a ser declarada Monumento Histórico, fue demolida parcialmente, pero sigue medio levantado el cuerpo central del edificio.

Sugerencias:

Visionar el film ‘Patagonia rebelde’ (1974) de Héctor Olivera (Oso de Plata en la Berlinale de ese año) y escuchar la canción ‘Las Putas de San Julián’ de El Quinteto Negro La Boca, presente en su álbum titulado Tangos Libertarios.

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