Es una de las zonas más especiales de Chile por la espectacularidad de sus paisajes y su relevancia histórica y económica, prolija en tragedias humanas y episodios épicos. Sea el enfoque que nos atraiga, al Norte Grande le sobran motivos para ser considerado como un destino esencial en toda agenda viajera.
El Norte Grande de Chile es un territorio cautivador si considerados la densidad paisajística de máximos contrastes que contiene. El embrujo que emana el territorio, que parte de la misma sensación de hostilidad que produce la aridez de su superficie, arranca en la misma costa del Pacífico, desolada y abrupta en casi toda su línea. La antítesis de este ecosistema culmina en los bofedales del altiplano, en la zona del Lauca, igualmente inmisericordes con el hombre. Las bucólicas imágenes de llamas y vicuñas paciendo entre arroyos y lagunillas son un espejismo que disimula la precariedad de los moradores de Parinacota, Chucuyo y otras aldeas. Situados entre los 4.000 y 5.000 msnm, estos humedales están regados en su extremo septentrional por el derretimiento de las nieves de los volcanes Parinacota y Pomerape, dos colosos que se alzan por encima de los 6.200 metros de altitud y que protegen toda esta área declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco.
El tránsito entre estos ecosistemas se realiza en medio de ambientes descarnados, de una aridez extrema, que alternan salares, formaciones volcánicas, médanos, algún intrépido curso de agua resguardado entre paredes verticales y vergeles de montaña que dan vida a pequeñas comunidades desde tiempos remotos. La zona también es relevante en la historia contemporánea del país sudamericano por su importancia económica e impacto social propiciados por las explotaciones salitreras y, posteriormente, la minería del cobre, sostén económico del país.
Según los libros de geografía chilenos y guías de viaje al uso, el Norte Grande es una de las cinco regiones naturales de Chile, abarcando desde los distritos de Arica y Parinacota, limítrofes con Perú y Bolivia, respectivamente, hasta el área de Atacama, enclave en boga y considerado como uno de los destinos estratégicos de los overlanders que viajan por Sudamérica.
El desierto de Atacama, climatológicamente perfecto por su extrema aridez -aunque los registros pluviométricos de los últimos años atribuidos al cambio climático parezcan llevar la contraria- es su zona más conocida. Su capital, San Pedro, es una destinación en auge entre excursionistas, viajeros ávidos de tesoros paisajísticos y, más recientemente, aventureros de temporada activados tras el paso del Dakar hace unos años. Este oasis de la precordillera, vigilado por el volcán Licancábur se mire por donde se mire, es un excelente campo base para conocer el magnífico y variado entorno natural de la zona central del Atacama (volcanes, geiseres, lagos, salares, fauna etc..) e, incluso, para realizar visitas exprés a Uyuni y la Reserva Nacional Eduardo Avaroa, ambas en Bolivia. Si se precisa guía, información o el alquiler de un 4×4 (recordando que es más barato hacerlo en Calama, incluso en Antofagasta), entre las calles de Caracoles y Tocopila se desparraman la mayoría de las agencias que facilitan escapadas por la región, incluido el famoso salar boliviano.
San Pedro es punto de aprovisionamiento casi obligado –combustible, víveres, etc.- para explorar la zona. En algún momento de su estancia, los viajeros que hayan tenido la oportunidad de desplazarse por los altiplanos y oasis de montaña del Sarhro marroquí y del Hoggar argelino establecerán puentes emocionales con Agdz o Tamanrasset. Seguro…
Viniendo de la costa, por Antofagasta, el acceso a San Pedro más cómodo puede efectuarse por Calama (RN5) y de paso echar un vistazo a la descomunal explotación de cobre a cielo abierto de Chuquicamata, la mayor en su género a escala mundial y visible desde la luna. Por el camino, llamará también la atención la cantidad de capillas levantadas en la cuneta, algunas casi altares, en memoria de conductores y viajeros fallecidos en la ruta que son todo un repaso a las vidas de los difuntos.
Si queremos darle un poquito más de salsa al viaje y experimentar la soledad del Atacama, -también la calamina de las pistas- y comprender mejor su pasado económico reciente (industria salitrera) y presente (minería del cobre) debemos desviarnos unos 40 km antes de llegar a Antofagasta, por la secundaria B55. Hay que hacer acopio de combustible para no menos de 500 km. pues no siempre hay combustible disponible en Mina Escondida, paso intermedio de referencia. Menos concurrido es el desvío por Baquedano, siguiendo el trazado de tierra de la B-385.
Ambos trayectos ofrecen una aproximación al Salar de Atacama, que atraviesan, por su extremo meridional por medio de una pista compactada, parcialmente inundable en época de lluvias. El camino vira hacia el noreste, bordeándolo, hasta llegar a San Pedro permitiendo la visita previa de otros oasis de montaña como Peine o Tilomonte.
Desde Argentina, dos opciones principales: el Paso de Sico o el de Jama. La tercera vía sería el más pedestre Paso de Huaytiquina, que nos acerca al fabuloso paraje de Laguna Lejía pero que deja en el tintero los trámites burocráticos aduaneros, que hay que dejar resueltos con antelación o a la llegada a San Pedro de Atacama. En todo caso, al entorno de Laguna Lejía puede accederse una treintena de km después del Paso de Sico o, más adelante, por Socaire. Volviendo a los Pasos de Sico y Jama, ambas alternativas ofrecen sensaciones únicas de disfrutar de la grandeza de esta región de Los Andes. Santuarios inauditos de fauna de la puna -vicuñas, flamencos, gansos, etc-, salares, lagunas de tonos turquesas y casi negro azabache, de aguas dulces y también de gran salinidad donde se flota literalmente, volcanes en activo, humedales, geiseres, cielos apocalípticos en época de lluvias y cielos extraordinariamente estrellados en invierno…
El magnetismo de esta porción de Los Andes alcanza hasta el punto de que no es infrecuente ver al personal acomodarse por la zona un bucle de días, tomando San Antonio de los Cobres y el viejo trazado de la Ruta 40 -o la aún más solitaria RP70 por el salar de Cauchari hasta Susques- como enlaces en Argentina. Por ser zona de gran altura, con harta frecuencia con pistas por encima de los 4.200 msnm. (el top de pasos para vehículos es el Abra de Picalvique, 5.083 msnm, el más alto de Chile) hay que guardar prudencia en época de lluvias -las tormentas de granizo pueden ser dantescas, como nos ocurrió a nosotros- y también en invierno, donde las temperaturas nocturnas alcanzan fácilmente los -20ºC. Autonomía mínima de 800 km y buenas reservas de agua y alimentos.
Provenientes de Bolivia, considerando también el paso fronterizo de Ollagüe para quienes van o proceden de Uyuni, el cruce más frecuentado es el de Chungará pues no muy lejos, en el lado boliviano, se encuentra el imperdible PN Sajama. En la vertiente chilena, este ecosistema de especial protección por la Unesco tiene continuidad en el PN Lauca, el de mayor altitud de toda América, con senderos por encima de los 5.000 msnm. El volcán de Parinacota y las lagunas de Chungara y Cotacotani, enriquecidas por la también esbelta figura del Pomerape. Entre estos colosos, conjuntamente denominados Nevados de Payachata -Dos Hermanos, en aimara- son motivo reiterado de portadas de magazines, revistas y libros de viajes.
La localidad aimara de Putre es el mayor centro poblacional de esta remota región. A partir de este punto, si la pretensión es descender hacia el sur, hacia Atacama vía Colchane y Ollagüe, hay que prepararse para una suerte de ‘dragon khan´ en estado puro tanto por la intensidad de las emociones a vivir en la magnificencia de la puna como por la exigencia de unas pistas que, además de la complicación en época de lluvias, añaden una altitud -en algunos puntos sobrepasan los 5.000 msnm como el citado Abra de Picalvique – que estremece la mecánica del camper.
Son cerca de 900 kilómetros por una de las zonas de altitud más sugerentes y extremas del planeta. Bastaría con seguir la línea de los conos volcánicos, a cada cual más sublime de aspecto, algunos humeantes, como el Ollagüe y nevados en sus cumbres, rondando o superando los 6.000 metros de altitud, como los Cerros Aucanquilcha, Apacheta y San Pedro para no perder el rumbo hacia San Pedro de Atacama.
Sin embargo, en época de lluvias, coincidentes con el verano -diciembre hasta finales de febrero, primeros de marzo-, el tránsito puede revestir dificultades. Es preceptivo consultar a la gendarmería chilena sobre el estado de la red vial de la zona, en particular de la ruta A-95 y su continuación A-97, hilos conductores del viaje. Además de su estado -tramos embarrados o completamente inundados, corrimientos de tierras, etc. que puede obligarnos a dar media vuelta, las complicaciones que podamos encontrar pueden aumentar al atravesar cauces de agua, con los márgenes probablemente descarnados por la fuerza del agua. En esta época, no está de más viajar con alguna otra unidad más de compañía.
Pero si la climatología en esa época del año da un respiro, la recompensa es formidable. Las panorámicas y los nuevos ciclos de vida que se activan son muy reconfortantes. Los salares más secos llegan a cubrirse total o parcialmente de agua. La superficie de sal se transforma en un gran espejo que disuelve el horizonte y refleja cielos y montañas y los sectores más resguardados de vientos se convierten en refugio de flamencos, gansos y taguas (fochas). Ascotan, Carcote, Huasco, Surire y Coposa son los más significativos y las sensaciones no son menores a las que pueda ofrecer el vecino, de mayor tamaño y archi famoso Salar de Uyuni, en Bolivia.
Tampoco falta la presencia de la grácil vicuña, bastante numerosa entre Surire y Parinacota. De hecho, por la zona cercana al Volcán Guallatiri, el gobierno chileno ha creado la Reserva Nacional de las Vicuñas (210.000 ha.), donde pacen en libertad miles de cabezas. Las panorámicas que pueden apreciarse nos acercan mentalmente otras estampas familiares, famosas, como las llanuras de Tanzania o Kenia con el Kilimanjaro de telón de fondo.
Entre la desolación y la monotonía propias de la estepa andina y sin olvidar las consecuencias sociales del modelo económico imperante -minería a gran escala- que tratamos en otro post, sobresalen multitud de momentos e imágenes imborrables. Algunas son situaciones complicadas en el camino causadas por la orografía, pero otras, las más relevantes, provienen de las visitas a pueblitos perdidos entre las montañas, como Visviri, Belén, Caspana, Chiuchiu y Conchi, en la Región del Alto Loa. Todos de gran encanto, de mayoría aimara, gente amable que hacen la despedida del lugar muy difícil por la calidez de su acogida. Chema Huete
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