Este humedal, anclado entre las desembocaduras de los ríos Tinto y Odiel, constituye uno de los ecosistemas ornitológicos más atractivos e interesantes del SO de la Península Ibérica para el avistamiento y fotografía de aves. Entre sus huéspedes más ilustres figura la espátula, una especie en peligro de extinción que aquí parece encontrar un buen acomodo.
Sabido es que el suroeste de la Península Ibérica es un espacio estratégico en el flujo migratorio de las aves entre África y Europa. Los tránsitos van revertiéndose constantemente, según la época del año y por ello, la aparición de cientos de especies con nutridas colonias es constante a lo largo de toda la costa del Golfo de Cádiz, sean marismas, humedales o complejos lacustres interiores, particularmente en la franja comprendida entre el rio Guadalquivir y los aledaños de Lagos, en el Algarve. En este ‘hub’ natural hay espacios emblemáticos, como Doñana o Ría Formosa, a la postre los más extensos, que los convierten en destinos fascinantes para cualquier naturalista y apasionado de la caza fotográfica. Junto a estas áreas, figuran otras menos populares, pero no por ello menos sugestivas para los ornitólogos y amantes de la naturaleza en general. El tramo final del Guadiana, desde la confluencia del río Terges hasta su misma desembocadura, entre las playas de Canela y Santo Antonio, ofrece avistamientos espectaculares.
Pero un recorrido por el SO de la Península Ibérica con el manifiesto interés de conocer su biodiversidad tiene una parada recomendada, sino obligada: el Paraje Natural de Marismas del Odiel, ubicado en la confluencia de los ríos Tinto y Odiel y declarado Reserva de la Biosfera. El encuentro entre corrientes de agua dulce y salada sujeto a la persistente influencia de las mareas conforma un delicado entramado de marismas que son el campo de operaciones de multitud de especies de aves. La situación cambiante de las aguas genera, además de fluctuaciones en la superficie, con la aparición efímera de islotes y brazos de agua y regeneración de lagunas interiores, un aporte continuo de sedimentos que conforman el sustrato alimenticio de cormoranes, garzas, flamencos, fochas, gaviotas, cigüeñas, etc., así como variadas especies de pájaros limícolas y ánades, incluso golondrinas, somormujos y algunas rapaces. La lista parece interminable y su riqueza tiene correspondencia con la amalgama de sub espacios existentes en la zona, desde las propias marismas mareales a bosques con espléndidos pinares, sin olvidar hermosas lagunas -como la del Taraje y Batán- o las kilométricas playas del Espigón.
Sin embargo, este paraje natural, mágico y excitante por la provisionalidad visual que otorga al visitante, tiene como huésped privilegiado la espátula, una zancuda de gran tamaño, cercana a los 90 cm de altura y los 135 cm. de envergadura asentados en dos patas negras con cuatro dedos. Majestuosa en el vuelo, pausado y remontante, se le distingue rápidamente por su plumaje níveo y su pico aplanado, ensanchado en la punta, a la postre el rasgo definitorio por excelencia de la espátula. Los científicos estiman que alrededor del 30% de la población europea de esta especie declarada en peligro de extinción se concentra en la zona, particularmente en la Isla de Enmedio. El enclave es de acceso restringido, pero con un poco de fortuna y paciencia es posible el avistamiento de espátulas desde los puntos de observación dispuestos.
Desde hace tiempo, este lugar y por extensión toda la región costera del Golfo de Cádiz figuraba en nuestra lista de destinos, esperando una coyuntura favorable. Atisbar la espátula -junto con las animadas colonias de flamencos de Lagoa dos Salgados (Algarve)- era nuestra máxima ambición en tanto que naturalistas amateurs. Habíamos leído y sentido hablar de este animal sociable y de su peculiaridad hábitat. Invierno e inicios de primavera son buenas épocas para aventurarse. Muchas aves buscan refugio en su tránsito migratorio y otras comienzan el proceso de nidificación. Siempre hay actividad en la reserva y la temperatura resulta agradable. Así que atendiendo a las explicaciones precisas dadas por los guardas del parque y animados por el entusiasmo percibido de éstos a través del teléfono nos decidimos a atravesar la Península Ibérica a bordo de Puyehue; desde la zona de los Pirineos Orientales donde residimos cuando no estamos en movimiento. De camino, paradas gratificantes en Cabañeros, Sierra Norte de Sevilla y Hornachuelos.
La diosa Fortuna fue benevolente con el empeño. Durante nuestra visita, además de colonias de flamencos, patos reales, garcetas y fochas entre otras muchas especies, pudimos observar un grupo de espátulas, siete individuos, a lo largo de una fase de marea completa y, ciertamente, a pesar de la distancia de observación -impedimento que unos buenos prismáticos resuelve- y el fuerte viento reinante -circunstancia que suele contener la actividad de la fauna-, nos sentimos plenamente recompensados. A la espátula no le gustan las aguas estancadas; así que, en función de las mareas, es flexible en sus desplazamientos en busca de alimento. Este comportamiento obliga al observador a un seguimiento paciente de sus movimientos pero que tiene el estímulo añadido de ir aprehendiendo comportamientos de otras aves.
Sin proponérselo, la espátula es el mejor embajador de la Reserva Natural de las Marismas del Odiel a ojos de todo visitante y da pie para otras observaciones complementarias interesantísimas que redondean la experiencia de la visita. Los caminos de acceso a los distintos escenarios que ofrece la reserva, todos articulados en torno al eje del camino construido sobre el dique de contención que salvaguarda el puerto de Huelva, permiten tomar consciencia de la relevancia histórica del lugar y la actividad socio económica desarrollada en las márgenes del rio Odiel a lo largo de siglos. Las salinas de Bacuta, como forma tradicional de la explotación de la sal, o el antiguo muelle de la compañía Rio Tinto, construido décadas atrás para embarcar los minerales transportados por ferrocarril, nos hablan de la importancia económica y estratégica del lugar cultivada desde siglos por los sucesivos asentamientos de fenicios, griegos, romanos y árabes documentados -y visibles- en la zona. Incluso hay estudiosos que sitúan por estos pagos la mítica ciudad de Tartessos. A seguir… Ch. Huete
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