Alcanzar Tombouctou es la ilusión de muchos viajeros dispuestos a atravesar el Sahara. Cumplidos los 100 años de la expedición de Haardt y Audouin, la senda hacia la Perla del Níger no ha dejado de ser un desafío…

A principios de diciembre de 1.922, todo estaba dispuesto para el inicio de la misión. Los preparativos de la expedición, la puesta a punto de los vehículos y la logística de aprovisionamiento, llevaron casi un año de arduo trabajo. El punto de partida de esta aventura impulsada por Andre Citroën fue Touggourt, final de la línea de ferrocarril que proveía de Argel. La meta, Tombouctou, a orillas del Níger, distaba 3.500 km.

El domingo 17 de diciembre de 1.922, a las cinco horas de una madrugada helada en plenilunio, los faros de los cinco coches oruga iluminaban la puerta de salida del borj -fuerte- francés de la ciudad. En sus asientos, diez hombres acompañados de Flossie, una perrita Sealyam Terrier, abrigaban todas las esperanzas. «Estamos unidos, no sólo por el esfuerzo tenaz de llegar al fin, sino también por la atracción infinita de las grandes soledades», dejaron escrito los jefes de la expedición Haardt y Audouin en su diario de viaje.

Al atravesar los primeros cordones de dunas de Dakkara, los viajeros pueden comprobar la eficacia del invento de Kégresse. La oruga aplasta el terreno, labrándose su propiocamino «poco más o menoscomo el pie ancho y blando del dromedario, el más útil instrumento que la naturaleza mismo adaptó al terreno polvoriento de las dunas«, comentaba Haardt. Por el contrario, la gente del lugar, con su natural instinto de la observación, era más escéptica. «Tu caballo anda más deprisa que el mío, pero el mío me da menos trabajo para cuidarlo», espetaba irónicamente un targuí viendo sudar la gota gorda a Maurice Penaud, uno de los mecánicos de la expedición.

La magia del desierto

Ouargla y su oasis de un millón de palmeras, en medio de la hammada -planicie-, pone fin a la primera jornada del raid. El primer campamento tiene lugar al pie de las dunas de Khéchaba, con una temperatura de –5ºC. El espectáculo del nuevo día fascina a los aventureros, cautivados por la luz mágica de un sol que parece variar minuto a minuto

el aspecto de las dunas. El diario de la expedición recoge con bella prosa esos momentos sublimes del amanecer en el desierto «…tan pronto aparecen rosadas, como azul o malva. Unas parecen cubiertas de una capa de laca y de esmalte, otras tiemblan y palpitan como la carne viva, las más lejanas se esfuman a través de tonos tan pálidos que parecen translúcidas y casi inmateriales. En el horizonte, parecen suspendidas sobre el suelo e hinchadas como velas de navío».

Audouin – Dubreuil, responsable de la expedición, junto al jefe de mecánicos Penuad y trayecto seguido.

Siguiendo dirección sur-este, el convoy se interna en el territorio de las chambas. El lugar, raramente frecuentado por las caravanas, está surcado por profundas grietas, gargantas angostas y desfiladeros rocosos que obligan a marchar en fila india a los vehículos. El día 20, el convoy deja atrás la siniestra encrucijada de caminos de Ain Guettara para adentrarse durante tres días en los confines del Tademaît, escenario habitual de dramas causados por la falta de agua. Tras una jornada de reposo en In Salah, la madrugada del 24, la puerta del borj que miraba hacia el sudeste, hacia el macizo del Hoggar, se abre y rápidamente la expedición se engolfa en la oscuridad dispuesta a devorar la áspera planicie que precede al paisaje lunar de los Montes

Moudydir, donde la menor arruga del relieve toma proporciones fantasmagóricas que, según cuentas leyendas populares, se deben a la obra maléfica de los genios djnoun y efri.

Sorteando obstáculos en la región de Moudidyr, de aspecto lunar y, según la leyenda, refugio de los genios del mal Djenoun.

Amuletos de la suerte

Los morros de los coches, blasonados a modo de amuletos contra la mala suerte, como los caballeros que partían a las Cruzadas, –el coche nº 1 lleva dibujado «un escarabajo de oro»; el nº 2, «el cuarto de luna de plata»; el nº 3, «la tortuga volante»; el 4º, el buey Apis; y el último, «la oruga trepadora»-, van abriendo camino en la llanura infinita en medio de grandes tormentas de arena. Sus conductores toman como referencia más próxima los numerosos esqueletos de camellos muertos de sed y fatiga y «sin más horizonte que la línea indecisa y nebulosa en que se funden el azul del cielo y la línea ocre pálido de las tierras áridas…

Las gargantas de Arak, abren las puertas a la llanura infinita del Tademaît.

El día de Nochebuena atraviesan las gargantas de Arak, de naturaleza abrupta y hostil, y con el crepúsculo de Navidad, el grupo de aventureros divisa las montañas del Hoggar, refugio espiritual de los tuareg. De su encuentro con este pueblo nómada, Haardt – Audouin escriben «…La raza misteriosa de los hombres embozados se nos aparece de pronto en la forma un tanto teatral de un joven guerrero de magnífica estatura que nos mira con calma sin que en sus ojos pueda notarse la menor sorpresa. Está de pie, inmóvil y escultural; gallardamente apoyado en su lanza delante de una roca, más allá de la cual percibimos su campamento. Al verle así se nos antoja un dios de la soledad».

A pesar de su temible fama, los tuareg del Hoggar, también llamados los habitantes del País del Miedo, cumplen con la regla más sagrada del desierto: la hospitalidad. Les dan cobijo y alimentos, les escoltan durante kilómetros y les guían hasta las puertas del Tanezrouft, el país de la sed. Cuentan las crónicas que caravanas enteras han desaparecido sin dejar rastro en este tenebroso territorio dominado por el fesh-fesh, (polvo muy fino, como el talco, depositado en gruesas capas, a veces, durante kilómetros) que amenaza con engullir cualquier indicio de vida. «…La superficie del desierto aparece y comienza cubierta de un impalpable polvo negro sobre el cual nuestras orugas dibujan rayas paralelas de un blanco lívido. La visiónes verdaderamente macabra… y refuerza hasta el vértigo esa impresionante angustia que sentimos como si viviéramos en otro planeta o presenciáramos la dolorosa agonía del nuestro, a medida que nos internamos a través de este paisaje desnudo».

Vivouac en las dunas de Temacine.

También nuestros protagonistas son castigados por las fuerzas del Tanezrouft. Los 400 kilómetros de recorrido por sus dominios son un verdadero calvario para los hombres de Citroën. Las averías mecánicas son continuas y las tormentas de arena del oeste aumentan la fatiga y el hambre, «…es imposible pensar en comer porque apenas una lata de conserva se abre, en el acto queda llena de tierra».

La amenaza de las partidas de bandidos es otro peligro adicional que le obliga a estar siempre vigilante y a marchar sin tregua. Cuando un conductor cae extenuado sobre el volante, hasta el extremo de volver sobre sus pasos sin apercibirse de ello, su compañero, que va atado mientras duerme para no caer del coche, toma el relevo. Había que salir cuanto antes de ese territorio desolado y sin vida…

El Níger, más cerca

El día de Nochevieja, con 2.000 km. recorridos, llegan a Tin Zaouaten, entre Argelia y el África Occidental Francesa, actual Malí. El Sahara ha quedado atrás, la meta está más próxima que nunca y la travesía del Sahel parece una empresa fácil después de las penalidades sufridas en las arenas. Pero una cosa es lo que uno imagina y otra muy distinta lo que la realidad depara…y la Naturaleza dispuso que nuestros héroes debían continuar pagando tributo a su osadía.»…Comparado con las áridas regiones que acabamos de recorrer, el Sudan –nombre con el se designaba las regiones al sur del Sahara-, presentaría a nuestros ojos el aspecto encantador de un verdadero paraíso terrestre si la naturaleza no hubiera inventado el cram-cram. “…El cram-cram es una sencilla espina, pero esta espina vale, ella sola, por las siete plagas de Egipto. Se le encuentra en todas partes, en nuestros vestidos, en la suela de nuestras botas…muerde nuestras carnes, se clava en las manos y en nuestras piernas, y se agarra también al pelo lanoso y penetra también en las patas de la desgraciada Flossie…», se refleja en el diario de la expedición.

Avituallamiento en los pozos de Tesnou.

Al anochecer del 4 de enero alcanzan el fuerte de Bourem, distante sólo unos centenares de metros del Níger cuyas «…aguas reflejan con intensidad la luz de la luna». En este punto, el río es tan ancho que la vista no alcanza a la otra orilla. Es casi como un mar que los tuareg lo llaman Eguerriou; los árabes, El Barh. Con el Níger como compañero de viaje, la caravana va reduciendo las distancias que le separan de su objetivo final. Bamba, Rhergo y otros poblados más pequeños asentados a la orilla van quedando atrás.

Llegada triunfal a Tombouctou, la tarde del 7 de enero de 1.923

Por fin, tres días después, Tombouctou, el anhelado sueño se hace realidad. Haardt y Audouin hacen entrega de la primera valija del primer correo trans-saharian en medio de una acogida clamorosa y discursos fervorosos. Es el 7 de enero de 1.923, fecha que marca el inicio de una nueva era en las comunicaciones terrestres y también nuevos horizontes para todos los viajeros dispuestos a recorrer el continente africano. Por primera vez, tras una década larga de intentonas fallidas, una expedición de vehículos a motor había dejado atrás las llanuras infinitas del Tademaît y del Tidikelt, y la dureza del Tanezrouft, el pais de la sed.

Texto: Chema Huete; Fotos: Citroën

LOS PRIMEROS PASOS

En los albores del siglo XX, bajo el impulso de las potencias coloniales, ávidas por establecer rutas comerciales más rápidas, los constructores europeos de automóviles se embarcaron en diversas expediciones con el denominador común de alcanzar la mítica ciudad de Tombouctou.

En esa época, las potencias europeas se habían distribuido el continente africano y se disponían a colonizar sus vastos territorios. Gran parte del Sahara pasó a manos de Francia que lo dividió en dos zonas administrativas, con fronteras comunes, pero incomunicadas por el desierto del Sahara: Argelia, al norte, y el África Occidental Francesa, que se extendía hasta el Golfo de Guinea.

El Fiat 15 Ter estaba animado por un motor 4 cilindros de 4,3 litros de cilindrada. Fue muy apreciado en múltiples ámbitos por su robustez y fiabilidad.

Rápidamente se puso de manifiesto la necesidad de establecer rutas estables que garantizasen el proceso de colonización y el intercambio comercial entre el norte y las regiones subsaharianas. Pero el principal inconveniente estribaba en la ausencia de un vehículo que superase las dunas del desierto y las llanuras del Sahel.

Una de las primeras tentativas para encontrar ese vehículo tuvo lugar en Biskra, Argelia. En 1.913, Lafargue y Dewoitine instalan un motor aeronáutico Gnome-Rhine que acciona una hélice vertical de seis palas. Con este singular ingenio, bautizado «Aerosable», se efectúan expediciones de hasta 200 km. por el desierto. Sin embargo, el mejor vehículo de la época era el Fiat 15 Ter. El general Niville realizó diversos viajes con el objetivo de estudiar una vía férrea por el Tanezrouft. En 1.920 consiguió cubrir Argel-Tamanrasset en 28 días, pero no pudo con su empeño de llegar a Tombouctou.

Andrè Citroën fue el valedor del raid Touggourt –Tombouctou y de otras grandes gestas automovilísticas como el Crucero Negro, la travesía de África de norte a sur y el Crucero Amarillo, por tierras de Asia.

En los alegres años 20 comienza la rivalidad entre Citroën y Renault por ser el primero en atravesar el Sahara. Mientras Renault se decanta por el uso de neumáticos tradicionales en coches 6×4, Citroën prefiere las soluciones del ingeniero Adolphe Kégresse, antiguo jefe del parque automovilístico de la corte zarista, emigrado a Francia tras la Revolución de 1.917. En su diseño, las ruedas traseras del modelo 10HP son reemplazadas por una oruga de caucho, una banda de goma sin fin. Una especie de rail móvil, maleable y resistente, similar en funcionamiento a la cadena de un carro de combate, más eficaz y robusta que los neumáticos hinchables. «Hemos conseguido construir aparatos capaces de moverse sobre terrenos movedizos sin hundirse, sobre suelos quebrados sin estropearse, atravesar, en fin, obstáculos de toda clase, sin perjuicio de alcanzar en carreteras normales la velocidad de 40 a 45 km/h.», comenta el creador de la firma francesa el día de la presentación del vehículo. Fue con estos coches oruga, con un motor gasolina de cuatro cilindros, de 1,5 litros y 22 CV de potencia y un peso en orden de marcha cercano a los 2.000 kg. con los que se cruzó por primera vez el Sahara.