Esta vieja traza que unía Mar de Plata con Potosí fue una de las rutas más florecientes y vibrantes de América Latina. Superados los 400 de antigüedad, usos, costumbres y recuerdos siguen presentes a lo largo de su recorrido. 

Todos los continentes han tenido en el transcurso de los siglos caminos florecientes que han dejado impronta por su relevancia económica, social e intensidad intercultural. La Ruta de la Seda, el Camino de Santiago, la Ruta de la Plata o las más contemporáneas del Yukón, Ruta 66 o La Panamericana son algunas de las rutas terrestres que priman en el imaginario colectivo. En Europa, el entramado de caminos y calzadas desarrolladas en tiempos de los césares ha constituido el asentamiento de buena parte de la red viaria principal actual de Europa y norte de África. Caso parejo se da en Sudamérica, donde la trama caminera tejida en tiempos de Mayas e Incas ha tenido una trascendencia similar en las comunicaciones del continente. Los trazados diseñados por estas culturas precolombinas, desde México hasta el Altiplano, con ramificaciones por Uruguay, Paraguay, Brasil y las mitades septentrionales de los actuales Chile y Argentina serian aprovechados en siglos venideros en beneficio de conquistadores, colonos, potencias y trust mineros extranjeros y las naciones surgidas en los diversos procesos de independencia culminados en los albores del siglo XIX. Actualmente, carreteras transnacionales como la RN 9, que parte de Buenos Aires hacia la frontera boliviana, se solapan o discurren paralelas a estos corredores centenarios.

En este proceso histórico de aprovechamiento, una de las rutas más prósperas fue el llamado Camino Real al Alto Perú desarrollado durante la dominación española en Sudamérica. El camino unía Lima, centro político y administrativo de la época, con el puerto de Mar de Plata, próximo a la actual Buenos Aires, donde partían las riquezas extraídas hacia la metrópolis. Cuzco, La Paz, Potosí y Córdoba -considerada la capital cultural de Argentina- eran los enclaves de paso más importantes. En el conjunto de las vías principales de la época -s. XVI a XVIII-, era el trayecto de menor riesgo y más fácilmente controlable militarmente para los intereses de la corona española. A lo largo de su trayecto fueron creándose estancias, iglesias, caseríos y una vez consolidado se convirtió en un vibrante eje económico, comercial, cultural y de gran relevancia geo estratégica durante los movimientos de liberación nacional.

          

Afianzada la colonización española, la evolución del Camino Real al Alto Perú va asociado a la presencia de la Compañía de Jesús y su potente actividad comercial. De hecho, el trazado constituía el eje de la Provincia Jesuítica de la Paraquaria (1607) que incluía los territorios de los actuales Paraguay, Uruguay, Brasil, Chile, Argentina y Bolivia. Entre los años 1614-16, para sostener económicamente las actividades espirituales y educativas, la Compañía decide organizar un sistema de soporte derivado de la actividad productiva rural. Es el comienzo de las estancias jesuíticas en el alto Paraná, Chaco y centro de Argentina.

          

Actualmente, el sector del Camino Real al Alto Perú que recorría la provincia de Córdoba, desde la estancia jesuítica de Colonia Caroya hasta los límites con Santiago del Estero, es el más interesante para su seguimiento y comprensión. La administración cordobesa ha hecho esfuerzos loables para poner en valor la riqueza patrimonial e histórica de este trayecto centenario por dónde transitaron, en mulos, a caballo, en carretas y diligencias comerciantes, buscavidas, misioneros y funcionarios de la corte española. En el periodo de la independencia, estos pagos fueron testigos del paso de los ejércitos de Belgrano y San Martín. Son cerca de 500 kilómetros por caminos asfaltados y pistas de ripio, en ocasiones convertidas en fangales en época de lluvias, que, además de encararnos con la historia, nos aproximan a comunidades poco frecuentadas y ecosistemas diversos y sorprendentemente diversos.

Si bien el punto de arranque principal de este tramo se sitúa en la estancia La Caroya, resulta obligado darse un garbeo por la llamada Manzana Jesuita de Córdoba, el centro político de la región de la época y actualmente sitio declarado Patrimonio de la Humanidad. La Manzana es un conjunto de edificios religiosos y seculares levantados entre los siglos XVI y XVIII que, junto con las cinco estancias levantadas por la provincia –La Caroya, Alta Gracia, Jesús María, Santa Catalina y La Candelaria– son la constatación patrimonial de una experiencia religiosa, social y económica sin precedentes que dejó huella en el desarrollo futuro de la ciudad y en todo el país.

          

Las postas, edificios austeros con paredes de piedra y adobe, techos de madera y paja y escueto mobiliario, eran la piedra angular en la logística de los viajeros. Brindaban alojamiento y comida a viajeros y arrieros a los que también ofrecían recambios de caballerías y carretas. Los encargados de las mismas eran designados por el Virreinato de España y por lo común su nombramiento recaía en personajes afines y de buena fortuna. Muchas de estas postas serían el germen de futuras poblaciones; otras ocuparían un espacio en la historia por ser testigos de hechos de gran relevancia social e histórica y algunos más siguen siendo punto de encuentro por estar ubicadas en parajes de gran valor paisajístico o ecológico.

          

En el conjunto de la veintena de Postas reconocibles en el camino a su paso por la provincia de Córdoba cabe mencionar -estancias jesuitas al margen- La Posta Los Talas, no muy lejos de la localidad de Sarmiento. El lugar, sombreado por enormes algarrobos, guarda recuerdos de grandes personalidades de la época. Cuentan los historiadores que bajo sus copas descansaron José San Martín en 1816 y Facundo Quiroga en 1835, poco antes de ser asesinado en una emboscada en Barranca Yaco, la siguiente posta en dirección a Córdoba.

          

Siguiendo rumbo norte, Villa del Totoral albergó el siguiente tambo del Camino Real. La posta conocida como Cerro del Totoral sirvió de embrión de la actual población, reconocida como residencia de numerosos artistas. Allí nació el pintor Octavio Pinto y encontró refugio Rafael Alberti, exiliado de la Guerra Civil española. Pablo Neruda, también fue un ilustre huésped y la familia Guevara Lynch veraneaba en la zona.

          

          

Villa de Tulumba es una encantadora población de calles empedradas y bellos edificios coloniales entre los que sobresale una esbelta iglesia bajo la advocación de la Virgen del Rosario rica en imaginería. Sus muros guardan la talla dedicada a la santa más antigua del continente, un Cristo articulado de rostro mestizo y el tabernáculo original de la Compañía de Jesús, pieza barroca tallada en cedro y considerada una de las joyas artísticas del América.

          

Llegados a la Posta de San Pedro Viejo, unos 160 km al norte de Córdoba, el frescor que emana de los paisajes serranos va atenuándose. La traza gana altura para sumergirse en abras y pliegues pétreos de la Sierra de Macha que amortiguan las embestidas de los tórridos vientos de la gran llanura del Chaco y dan cobijo a bosques de palmas con ejemplares muy esbeltos donde se resguarda el ganado de un sol inmisericorde. Unas millas más rumbo a Santiago del Estero, descendiendo por la vertiente nororiental de la sierra, el horizonte gana en profundidad y el ambiente es más pesado; el sofoco va a mayores y a vegetación se torna rala, con grandes claros ocupados por suelos yermos y salinas. Para los viajeros de la época, el tránsito del Camino Real por las provincias de Santiago del Estero y Tucumán tenía que ser un calvario en época estival, con temperaturas superiores a los 45ºC.

          

El avance por las últimas estribaciones de Sierra de Macha deja atrás el granito serrano en favor de conglomerados de arenisca roja. La erosión producida por el viento y el agua ha modelado las rocas formando abrigos, oquedades, aleros y quebradas boscosas en las profundidades por donde corren las aguas que dan vida al rio Los Tártagos. Este encuadre natural adquiere su mejor versión en Cerro Colorado, espacio catalogado como reserva natural cultural por ser refugio de la mejor muestra de la fauna y la flora de la región y contener uno de los yacimientos arqueológicos del continente en forma de un muestrario magnífico de pintura rupestre que atestigua la ocupación humana desde hace milenios. Además de caminatas por paisajes bucólicos y cabalgatas por el monte, el faldeo por Cerro Colorado al descubrimiento de las pinturas o el ascenso al Inti Huasi, existen otras recomendaciones culturales como el aprecio de los modos de vida de los pueblos originarios o la visita a la casa museo del cantautor y poeta Atahualpa Yupanqui.

          

Unos días de relax en este lugar pueden ser el mejor bálsamo para encarar con ganas las siguientes etapas del Camino Real al Alto Perú. Las trazas antiguas ya no serán tan visibles en adelante. Pero con una cartografía de mínimos, como pueden ser los mapas del ACA, no resultará arduo encontrar topónimos relativos al mismo y plasmar el recorrido que va a situarnos en Bolivia. Una apreciación previa: llegados a Salta, el camino dibujaba dos alternativas en función de la época, por Abra pampa o bien por el más evocador -y exigente – camino de San Ramón de la Nueva Orán. El premio para quienes opten por esta variante es el disfrute de las selvas de montaña, más conocidas como yungas y que tienen en el retirado Parque Nacional de Baritú (accesible fuera de época de lluvias) su máxima expresión.  M. DuranCh. Huete.