El desarrollo económico y social de la Patagonia está estrechamente ligado a las explotaciones ganaderas promovidas por las políticas colonizadoras de finales del siglo XIX. La estancia María Behety, además de conservar un conjunto arquitectónico magnífico, mantiene usos y costumbres que apenas se han alterado en el paso del tiempo.

Un viento de componente sureste barre Río Grande. «Es más seco y cálido de lo habitual por esta época», apostilla Nicolás, empleado de una céntrica ferretería de la ciudad donde hemos entrado para reparar la sujeción central de la mesa de nuestro camper, maltrecha por las vibraciones de la pista. A bote pronto, la joven ciudad creada a toda prisa a finales del siglo XIX para proveer de servicios a las explotaciones ganaderas de la región y engrandecida en época más reciente con la industria del petróleo, ofrece pocos alicientes al viajero que se adentra por Tierra de Fuego. Sin embargo, metidos en su casco urbano, lo cierto es que viene de gusto pasear por las calles de San Martín o Belgrano y adyacentes. El centro es ordenado, sorprendentemente bien ajardinado, florido en esta época. La actividad comercial es notable, abundan bistros y restaurants y tampoco menudean agradables cafeterías donde reponerse. Los servicios de información al forastero son eficientes, tanto si es un adicto a la pesca de la trucha con mosca, un naturalista de pro en la observación de aves y fauna marina o un tipo agobiado con ves a saber qué problema.

          

La conversación con Nicolás se extiende mientras busca el material apropiado. Resulta ser usuario de autocaravana y nuestro camper Puyehue, estacionado afuera y visible por la gran cristalera del local, acapara la atención. Además, parece ser un gran conocedor de la zona. Sus observaciones nos ayudan a precisar uno de los objetivos de nuestro paso por Patagonia y Tierra de Fuego: la visita de algunas de las estancias más remarcables de la gran isla de Tierra de Fuego, como Harberton, la primera de creación y la más austral en localización o La Catalana, eje de la obra «Un Senyor a Tierra de Fuego», de Josep Pla. También tenemos anotada La Asturiana, La Pirenaica, etc., topónimos diseminados por espacios infinitos que evidencian la procedencia de sus primeros propietarios. Es una estrategia que nos hemos marcado para conocer de forma menos convencional la historia contemporánea de estas tierras idealizadas, ciertamente, pero largamente esperadas.

Nuestro interlocutor nos habla de la Estancia María Behety, distante unos escasos 20 kilómetros de la actual posición. «Su visita les sorprenderá», promete Nicolás. «Tiene un conjunto arquitectónico único, declarado monumento histórico de interés nacional y entre sus edificios está el mayor galpón de esquila de Sudamérica, quizás del mundo«. El anzuelo está clavado; allí que iremos, pienso…

Dejamos Río Grande por la ruta 5-c, de ripio. La pista ondula suave entre colinas de vegetación rala y achaparrada, síntoma de una climatología severa, fría y ventosa la mayor parte del año, pero también la expresión de la deforestación masiva llevada a cabo a mediados del siglo XIX en amplias zonas del territorio por los nuevos colonizadores para sus rebaños de ovejas y vacas.

          

La tarde avanza y el sol parece imponerse a un ejército de nubes de paso apresurado. Van empujadas por un viento crecido del suroeste que enmudece cualquier otro sonido. Nuestras propias voces son rumores fuera de la cabina de Puyehue. El espectáculo es formidable, un cielo fueguino verdadero; azul intenso, sólido, salpicado de potentes cúmulos de un blanco inmaculado en alternancia con otros de tonalidades grisáceas. En el horizonte, más nubes que se asemejan a manchones deshilachados y de contornos difuminados se baten en retirada. La tierra parece enrojecida, acentuando el verdor marchito de las praderas tras un verano que, según nos han contado, está siendo riguroso. Cursos de agua y lagunillas crean espejos de formas caprichosas. El espectáculo es sublime; vale la pena detenerse y disfrutar de la obra que la naturaleza nos presenta.

          

La estancia María Behety (MB) aparece súbita tras un largo faldeo de una colina. La forman un elegante conjunto de casas y galpones de madera construidos sobre 1900 ligeramente abrigados por el norte. Están revestidos de chapa y pintados en diferentes colores, blancos, verdes, azules y rojos; algunas tonalidades ocres también. Están dispuestos en torno a un espacio central multiuso -parcialmente ocupado por un campo de golf en MB- y siguiendo la disposición habitual de las estancias argentinas del sur, aparecen agrupados por funciones: el área habitable, los servicios comunes y la parte productiva. La primera está encabezada por la mansión de los patronos, la de mayor tamaño y presencia y que tratándose de MB está habilitada como un lodge exclusivo y elitista para pescadores. Le siguen las casas de los administradores, capataces y trabajadores y una capilla o iglesia en ocasiones si la colonia es remarcable. Los inmuebles de servicios acogen la cocina de los peones, el comedor, la casa de los esquiladores, los ovejeros o el pabellón de los solteros entre otros. De forma estable, se contabilizan una treintena de trabajadores.

El área productiva comprende los talleres, corrales, caballerizas, perreras, potreros, bodegas, baños para las ovejas y el galpón de esquila que, en el caso de la Estancia María Behety, es la mayor de todas las edificaciones a la vista. Es imponente, armónico pese a sus descomunales dimensiones. Consta de dos naves revestidas en chapa pintadas en rojo inglés con el techado en blanco que corren paralelas por más de 100 metros. Están conectadas por otra transversal en cuya puerta principal cuelga el rótulo ‘galpón de esquila’ y el relieve de una cabeza de un carnero, como si fuera el mascarón de proa de un barco. Construido en 1935 tiene capacidad para 7.000 cabezas de ganado, 40 líneas de esquila -tijeras- que llegan a producir más de 200.000 kilos de lana -unos 5 kg. de promedio por animal-. No cabe duda alguna, es el mayor de su género.

          

La vertiente del techado está rematada por un enrejado de inspiración modernista y en la cruz de levante se alza una veleta y las iniciales MB, de María Behety, esposa de José Menéndez, un asturiano emprendedor y avispado que supo sacar tajada de sus relaciones con el poder de la época (encarnado en la figura del controvertido general Roca, precursor de la Guerra del Desierto que abrió las puertas a una nueva colonización de la Patagonia tras el sometimiento y/o aniquilación de tehuelches y mapuches) para convertirse en un magnate de la lana. Junto con María Behety, Menéndez también creó la estancia que lleva su nombre, separadas por el río Grande e inicialmente llamadas la Segunda y Primera Argentina, respectivamente.

          

Cuando llegamos a la estancia, la campaña de la esquila, que tiene lugar por enero, ha finalizado. Pero en un centro de esta magnitud, de 64.000 ha. -inicialmente contaba con 180.000- con cerca de 45.000 ovejas de la raza Corriedale, unas 2.000 reses Hereford y más de 300 yeguarizos la actividad nunca cesa. Nuestra curiosidad tiene una recompensa inesperada. Pilar Herrero, co-administradora de la estancia junto con su marido Paul Chevallier, que nos ha acogido de forma estupenda y atiende todas nuestras preguntas, nos ofrece asistir a la tarea del desoje de los carneros de primer año, unos 3.000 que aguardan en los corrales próximos al galpón de esquila.

          

A las ocho de la mañana, los ovejeros -pieza fundamental en el engranaje del funcionamiento de una estancia- ya van encauzando grupos de animales hacia el galpón. Es un procedimiento a escala y más simplificado del que se sigue para la esquila pero igual de frenético. Las tijeras no descansan y el sudor invade los rostros de los trabajadores, de los esquiladores y de sus ayudantes, que no paran de sacar animales del piño. A medio día solo queda algún vellón de lana en el pasillo central de los puestos de esquila.

          

Los animales no pasan la noche anterior en el galpón para mantener seca su lana y evitar el peligro de inflamación de la lanolina y los esquiladores ciñen su trabajo al despeje de las caras de los carneros -desoje- para evitar problemas en su vista. Acto seguido, serán sometidos a un baño para evitar infecciones posteriores y una vez secos serán devueltos al campo, nos va explicando Ángel, un tipo afable y fornido, que ejerce como uno de los ovejeros de confianza de la estancia. Ángel y su cuadrilla y todo el resto de compañeros se pasan buena parte del año recorriendo a lomos de sus caballos todos los campos de la propiedad. Lo hacen día tras día, de sol a sol, fuere con el viento de frente o azotándoles las espaldas. Vigilan los rebaños, los miman, trasladándolos de los campos de invernada a los de veranada o conduciéndolos al galpón cuando llega la esquila.  “A veces pasamos varios días antes de regresar”, cuenta Ángel, que ha contabilizado jornadas de 80 kilómetros a lomos de su caballo.

          

Fugazmente conocemos a Nando, enjuto y parco en palabras. Encorvado por las labores del campo y el peso de los años, Nando es el responsable de la cabaña sobre la que descansa buena parte de la reputación productiva y genética de los animales de MB. La ‘joya de la corona’ de esta estancia está compuesta por unos 300 ejemplares de las razas corriedale y merino lincoln. Los bichos, que cuestan una fortuna, viven a cuerpo de rey y son objeto de todas las atenciones posibles, como los que uno dispensaría a su mascota. No duermen al raso nunca, paseos selectivos, comida de primera y sesiones de ‘peluquería’ frecuentes. Pero Nando también es una persona discreta. Él no nos ha dicho nada, pero en uno de los muros de la oficina cuelgan fotografías de los muchos premios a la calidad recogidos por MB. En algunas fotos de la década de los 70 y 80 puede verse a un Nando joven posando orgullosamente al lado de un carnero enorme que luce el número 1. De esas fotos, en blanco y negro y en color, hay unas cuantas revalidando el buen hacer en décadas de la Estancia María Behety. Chema Huete

Pd.- Gracias Lourdes y familia por guiarnos en esos paseos al atardecer por la ribera de Río Grande.