La magia de ‘La 40’ desborda su propio trazado en numerosas ocasiones. A diestro y siniestro de su calzada parten ramales que azuzan la imaginación del viajero por lo desconocido, lo extraño y lo inhóspito.

Uno de estos desvíos puede ser el solitario camino que conduce al paso de Socompa, tras atravesar el salar de Arizaro y su bellísimo Cono de Arita. En su ascensión, pasada la población de Tolar Grande (ver el entorno de los ‘ojos de mar’) además de dejar al descubierto el propio volcán Socompa (6.051 msnm), la ruta ofrece vistas soberbias sobre el Llullaillaco, superior a los 6.700 metros de altitud. Este volcán, considerado una cumbre sagrada por los incas, tiene una dimensión histórico-cultural y arqueológica relevantes, pues próximos a la cima se encontraron los cuerpos momificados de tres niños incaicos. Las momias conocidas como los Niños de Llullaillaco y Niños del Volcán cuentan con una antigüedad aproximada de 500 años y pueden observarse en el Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta.

Un apunte práctico, muy recomendable de seguir: los accesos a la zona, también al volcán Socompa, son comprometidos por la escasez de trochas bien definidas y riesgosos para la salud provenientes del lado chileno ya que existen varios campos minados. Imperativo informarse previamente.

Tampoco desmerece la sugestiva ruta provincial 45 (también 60) en busca del paso fronterizo de San Francisco (4.700 m.) hacia Chile. Puede tomarse desde la población de Londres, larga como un día sin pan y cuna de las nueces. Desde este camino, que deja próximos los médanos de Fiambalá, se divisa el Pissis, el volcán más alto del planeta (6.882 m.); tampoco queda lejos el segundo de la lista, el Nevado Ojos del Salado (6.879 m).

 

          

Los contrastes entre el llano y la montaña no dejan hueco a la melancolía; la nieve de las cumbres andinas rivaliza con el fulgor de las siempre enigmáticas salinas, como el misterioso Salar del Hombre Muerto, rico en litio y, antaño, en oro. A veces, son inabarcables a la vista; el de Salinas Grandes es casi tan extenso como la provincia de Girona.

El dramatismo de estos paisajes tiene sus pausas observando el arrojo de vicuñas y alpacas trepando por laderas imposibles o meditando sobre las formas visibles de adaptación del ser humano a medios hostiles. Los asentamientos de comunidades andinas diseminadas por el altiplano, en ocasiones abrigados en valles, son pruebas prodigiosas de supervivencia y adaptación. Humildes todas, rodeadas algunas de huertos que les confiere un aspecto bíblico, contagian al viajero una serenidad espiritual casi absoluta.

          

          

 De todos estos pagos, los Valles Calchaquíes, con un centenar de kilómetros de extensión desde el Nevado del Acay hasta Cafayate, sobresalen por su diversidad paisajística. La ruta ofrece momentos álgidos para la vista como los tránsitos próximos por el PN Los Cardones y su interminable recta de Tin-Tin, de 12,3 kilómetros; la Quebrada de las Flechas o el remonte del río Lerma, camino de Salta.

          

Inmersos en la zona, podemos hacer una extensión -muy recomendable- por la Quebrada de Humahuaca, declarada Patrimonio de la Humanidad y reingresar a La 40 por la espectacular cuesta de Lipán en un trayecto de 17 km. inolvidables, que corona hacia Salinas Grandes en el Abra de Potrerillos (4.170 msnm)

          

Tampoco es desdeñable la riqueza cultural y arquitectónica de sus poblaciones, con Cachi y Molinos como referentes obligados, o los legados arqueológicos de primera magnitud, como el de Quilmes, baluarte de la resistencia indígena a los españoles, o Sincal, ambos al sur de Cafayate.

Continuando con las nominaciones de carreteras secundarias que trepan hacia la Cordillera, pocas poseen el encanto de la RP26, que entra en Chile por el paso de Pircas Negras, acariciando las laderas de algunos de las cimas más emblemáticas de los Andes, como el Veladero y el Cerro Bonete, también superior a los 6.800 metros.

El camino deja en la pequeña población de Alto Jagüe la última señal de vida humana -y control de paso obligado- e inicia, remontando las aguas del río Vinchina, un viaje espectacular, capaz de explicar la historia de la Tierra sin tapujos. Los potentes plegamientos del Plioceno, con estratos inclinados a 75/80 grados, que pueden apreciarse en toda su magnitud en la Quebrada de la Troya, son de las primeras lecciones magistrales que el viajero puede apreciar.

          

Es sólo es el comienzo de un festín geológico que culmina al coronar un alto con la descubierta de la Pampa del Veladero, una planicie cubierta de coirones, gramíneas endémicas de la zona, interrumpida hacia el noroeste por la altiva mole del Veladero y algo más alejada, del Bonete Chico. Es un momento sublime para los sentidos, que alcanza su éxtasis con la contemplación de la Laguna Brava, un ecosistema salino declarado reserva de la Biosfera. La distinción del enclave, que puede tener unos 16 km. de largo por unos 3 de ancho, no es gratuita. Al propio interés geológico del lugar, que contiene también géiseres, se suma el hecho de ser refugio de distintas especies de flamencos y lugar de cita de las huidizas vicuñas. Como curiosidad de Laguna Brava, visitada por menos de 3.000 personas al año, según los registros de los guardas de la zona, cabe citar la presencia de restos de un avión que efectuó un aterrizaje forzoso en 1968 cargado de caballos. Algunos restos de los animales están perfectamente conservados entre la sal.

Desde aquí, los viajeros más insaciables, pero necesariamente bien pertrechados, pueden tomar una pista muy poco frecuentada rumbo sur que, en dos días de marcha, permite acceder (previa solicitud) al aislado Parque Nacional San Guillermo, santuario de las altivas vicuñas. No espereis asistencia de ningún tipo por estos pagos y preparaos para cualquier contingencia climatológica y las dificultades que puedan plantear los sucesivos vadeos del rio Blanco. Como dicen por aquí, “será más fácil ver habitada la luna que este inhóspito lugar”.

Sin embargo, para los que prefieren las sensaciones concentradas, todas las técnicas de conducción condensadas en apenas 20 kilómetros de trayecto y no teman apunarse (la presión barométrica oscila entre los 530 y los 540 mb.) la ascensión al Cráter Corona del Inca es una alternativa fantástica, realizable desde finales de febrero, dependiendo del deshielo. El premio a la fatiga y al esfuerzo es sublime: el disfrute de uno de los circos glaciares más espectaculares de los Andes, a 5.700 metros de altura; el propio cráter, con un diámetro de unos 5 km. acogiendo una laguna de agua azul turquesa, considerada la más alta de la tierra, circundada por algunas de las cumbres más significativas de los Andes brinda una panorámica que deja impronta para toda la vida. Estamos el epicentro del gran círculo de volcanes más elevados de los Andes. Lamentablemente, aquí también son palpables las consecuencias del cambio climático; las superficies de las típicas formaciones de hielo de los penitentes parecen en franco retroceso respecto a las marcas que pudimos tomar hace 8/9 años.

          

Resituados en Villa Unión -por cierto, la preciosa Cuesta de Miranda ofrece un nuevo trazado asfaltado-, el viaje hacia Mendoza pueda parecer que toca a su fin; decimos que parece porque en los escasos 400 km que separan ambas poblaciones, con San Juan de por medio, aún quedan grandes momentos para las emociones. Maravillas naturales como Talampaya o el Valle de la Luna (los paseos nocturnos en luna llena resultan mágicos por el reflejo de la luz de la luna en los cristales de la mica) no quedan lejos. Igual que el entorno paleontológico de Ischigualasto, de gran importancia mundial. Para los amantes de la astrología, los observatorios astronómicos ubicados en el entorno del parque nacional El Leoncito, al sur de San Juan, ofrecen oportunidades extraordinarias de escrutar los orígenes del Universo. Estando en la zona, merece largarnos hacia el cerrado valle de Calingasta, fijado por las cumbres superiores a los 5.000 metros de los cordones de Tótora y Tigre. El Cerro Mercedario (6.770 msnm) cierra la cabecera de este sorprendente valle y elevando aún más la adivinaremos la cara noreste del Aconcagua. Imponente.

          

Para cubrir los escasos 200 km que nos separan hasta Mendoza se presentan un par de opciones: volver al trazado de la Ruta 40, que supone un gran rodeo sin excesivas recompensas o, muchísimo mejor aún, proseguir por la ruta provincial 149 hacia Uspallata y de ahí enfilar hacia la Ruta de los Caracoles (RP52). El camino, estrecho y descarnado en su descenso hacia las Termas de Villavicencio, brinda paisajes alucinantes y abundantes citas con la historia contemporánea argentina. Unos pasos más y tendremos al alcance la cosmopolita ciudad de Mendoza. Es una buena ocasión para disfrutar de vida urbana por unos días. Nuestra guía, ‘la Cuarenta’ continúa por la Avenida San Martin su cruzada hacia el sur, hacia las planicies patagónicas. M. Duran / Ch. Huete

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