Deolinda Correa, más conocida como Difuntita Correa, es una de las santonas más populares de Argentina. Cientos de botellas de agua son depositadas diariamente en las incontables capillas y oratorios dispersas por la red viaria del país recordando el sacrificio de la mujer sanjuanina.

La devoción por la Difuntita Correa es pareja a la que disfruta el Gaucho Gidel que ya hemos hablado con anterioridad (ver el post relacionado) y ni las prohibiciones y la contra propaganda de la iglesia católica ha mermado su popularidad. Tal vez porque el mito de la Difunta Correa se fundamenta en una ancestral creencia indígena donde es posible tomar vida de la muerte, concepto inasumible para la doctrina católica. Sea como fuere, cuenta con cientos de miles de seguidores y una particular devoción entre los conductores y camioneros que recorren las carreteras argentinas. Su presencia anima toda la red caminera de Argentina y buena parte de la limítrofe de Chile, Bolivia, Uruguay o Brasil. Desde el Altiplano y las regiones del Gran Chaco a Tierra de Fuego. No importa la categoría de la ruta, sea una carretera nacional o un camino de ripio. Las capillas, nichos u oratorios de cualquier forma, material de construcción y tamaño, a veces santuarios por su gran volumen, aparecen en cualquier cruce, recta o coronando un alto. Estos altares pueden estar aislados o en compañía de otras devociones, siendo las más comunes, además del gaucho Gil, las de San Expedito, San Sebastián o las Vírgenes de Lourdes y del Carmen.

          

La presencia de la Difuntita Correa tiene una mayor concentración en el noroeste y centro de la Argentina, mientras que la figura del gaucho Gil aparece más distribuida por el territorio del país sudamericano. Eso sí, el fervor que suscitan los santones entre los argentinos está a la altura del afecto que demuestran al Papa -y compatriota- Francisco I. Como en el caso de éste, es un sentimiento transversal entre la población, con cientos de miles de seguidores que los convierte de facto en las figuras más populares del santoral pagano de la Argentina. Ninguna capa social escapa a los rogatorios, promesas y gratitudes.

El origen de sus figuras es coincidente en el tiempo, durante la segunda mitad del siglo XIX, época de guerras y enfrentamientos entre seguidores del Partido Liberal (o Celestes) y del Partido Autonomista (o Colorado) aunque de naturaleza distinta. La leyenda del gaucho Gil se fragua en la épica de héroes y villanos; el mito de la Difuntita Correa es una historia de amor.

 

La versión más aceptada narra que Deolinda Correa fue la esposa de Clemente Bustos. Vivían en el departamento de Angaco, próximo a San Juan. Alrededor de 1840, inicio de las guerras civiles que asolaban la zona septentrional de la Argentina, Clemente fue reclutado a la fuerza por los montoneros, que marchaban sobre La Rioja. Deolinda (o Dalinda Antonia, como también se le nombra en otros escritos) marchó tras su marido angustiada por su suerte. Tomó en brazos su hijo lactante y con unas cuantas provisiones a la espalda se internó en las planicies desérticas de San Juan tras las huellas de las tropas montoneras. Agotadas las reservas de agua, Deolinda buscó resguardo a la sombra de un algarrobo, acabando muerta de sed y agotamiento. Al día siguiente, dos días después según otras fuentes, unos arrieros que pasaban por el lugar localizaron su cadáver con la sorpresa añadida de ver que el infante, escondido entre los pechos de la difunta, seguía con vida. Su cuerpo fue enterrado en el paraje de Vallecito, distante unos 60 km de San Juan y los arrieros se llevaron consigo al niño.

          

El hallazgo del niño con vida se interpretó como un milagro entre los paisanos de la zona y al difundirse la historia, el personal de la región comenzó a peregrinar a su tumba buscando curaciones a sus penas e intercesiones ante los vivos. En breve tiempo, sus devotos construyeron un oratorio que fue creciendo hasta convertirse en santuario. Luego vendría la primera de las quince capillas erigidas por diversos promesantes que pueden observarse hoy en día a los pies de la colina donde murió Deolinda. Fue obra de un tal Ceballos, agradecido por salvar su ganado de una tormenta y su interior -un recinto de 5 x 3 metros-  contiene la figura principal de una mujer tendida de pechos notables a la que se aferra un niño.

          

Al igual que el resto de capillas, de las paredes cuelgan y se agolpan en estanterías objetos de toda índole: cabellos, exvotos de yeso y metal referenciando diversos órganos del cuerpo humano, baratijas, muñecos, insignias, condecoraciones, gorros y sables militares, equipaciones y trofeos deportivos, trajes de novia, de primera comunión, libros escolares y cuadernos rellenados de promesas y peticiones, guitarras, acordeones, matrículas y volantes de automóviles, maquetas de casas,, motos, coches, autobuses y camiones rotulados con el nombre de la empresa, comercios enteros y un sinfín más de ofrendas inverosímiles.

          

Este mosaico sociológico está enriquecido con miles de fotografías, desde primitivos daguerrotipos a fotografías en color, mostrando niños, jóvenes y adultos en situaciones cotidianas de la vida que constituyen una extraordinaria fuente de información. Los muros exteriores están repletos de centenares de placas de personas agradecidas a la Difuntita Correa, desde la base hasta los aleros de los tejados.

Los arrieros y su evolución en el tiempo, los camioneros son considerados los principales agentes difusores de la devoción hacia la Difuntita Correa. Unos y otros, a lo largo de los años han ido levantando altares y capillas con imágenes de la santona por todas las rutas del país en los cuales dejan botellas de agua, cientos de nuevos envases cada día, en la creencia de que calmarán su sed y les protegerá de las incertidumbres de la ruta.

          

Se estima que alrededor de un millón de personas desfilan cada año por Vallecito, provincia de San Juan (Argentina) con puntas de afluencia por el Día de las Ánimas (Semana Santa) y días feriados señalados como la Fiesta de los Gauchos y la Fiesta Nacional del Camionero. Estas últimas no tienen una fecha fija, aunque suelen darse con el buen tiempo -principios de verano- y duran varios días. En el caso de los camioneros, provenientes de todo el país, se concentran en San Juan un fin de semana de noviembre y en caravana se dirigen hacia Caucete para hacer sonar las bocinas de vehículos desde ese punto por la RN 20 hasta alcanzar el santuario, en Vallecito. Chema Huete

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