Más allá de las modas, la travesía por este desierto de sal está más que justificada. El recorrido por su infinito manto blanco, cegador al sol, es un torrente de emociones que embriagan el norte de cualquier viajero.

De la misma manera que el Tassili d’Ajjer o el Teneré figuraban como reto ineludible en la agenda de los viajeros trans saharianos de las décadas 80 y 90 del siglo pasado, el traspaso del salar de Uyuni ofrece secuencias fascinantes que quedan gravadas en la memoria.

Alboradas y crepúsculos son especialmente perturbadores durante la época de lluvias, cuando la pátina de agua que cubre las infinitas placas geométricas, hexagonales, de sal difumina el horizonte y clona reflejos de montañas, personas y objetos.

Tierra y cielo se funden en un espacio indefinido, incalculable para cualquier navegante. Las huellas de su paso son un recuerdo efímero y el titileo del agua bajo su avance son la prórroga de una experiencia embriagadora.

En el aniversario de nuestra incursión sobre este desierto de sal, el más vasto del mundo, con una extensión equivalente a la provincia de Granada (12.600 Km2 aprox.) y por encima de los 3.700 m.s.n.m., recuperamos unas imágenes de nuestra estancia que esperamos sean de vuestro agrado. El Covid-19 -y por un sentido de responsabilidad- puede dejarnos temporalmente varados, pero no va a impedir que sigamos moldeando nuestros sueños y nos preparemos mejor para futuras empresas. Salud y buena ruta a tod@s¡¡

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