Este yacimiento arqueológico ubicado en la Patagonia debe su nombre y originalidad a la masiva representación de manos humanas y constituye un legado excepcional de los primeros pobladores de América.

Bajo Caracoles es uno de esos lugares que con alta probabilidad no figuran en la agenda de visitas de cualquier viajero que requiebra por la Ruta 40. Sin embargo, este enclave, poco más de un puñado de edificios decadentes plantados en las entrañas de la estepa patagónica, allá donde la meseta santacruceña se muestra más árida y menos amable con los viajantes, es una de las encrucijadas de caminos más recurridas y sorprendentes de la mítica carretera argentina.

La cantina es el punto de encuentro de los parroquianos y de todo trotamundos necesitado de víveres, una comida o una cama. Su poste de combustible, cuando funciona, es el único a muchos kilómetros a la redonda y el camping, poco más que un embrollo de maderos zarandeados por un viento inmisericorde y violento, es una humilde alternativa para no quedar decididamente sacrificados a la intemperie.

No es la mejor escenografía que uno espera tras largas jornadas de pistas polvorientas y de calamina por el altiplano patagónico. Ni creo que lo sea para los pasantes que circulan por el asfalto de la ‘La Cuarenta’ en dirección a sur, hacia Las Horquetas o al norte, hacia Perito Moreno. O cualquiera de las otras rutas posibles hacia los Andes, los confines de la Gran Altiplanicie Central y la costa atlántica argentina resiguiendo el arenoso valle del río Deseado. En su sencillez, Bajo Caracoles tiene la gracia y el discreto encanto emocional de ser arribo y partida de nuevas expectativas.

Uno de los posibles destinos -y seguramente por el que actualmente este modesto topónimo es buscado en el mapa- es el Área Arqueológica y Natural Río Pinturas, distante unos 47 km. al NE por pista de ripio y que tiene en la famosa Cueva de Las Manos, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, su principal activo turístico. El acceso al lugar no está exento de impresión, pues el camino parece precipitarse al vacío tras una lazada de virajes cerrados para de inmediato ofrecer una larga panorámica de un valle angosto con farallones de más de 200 metros de desnivel por el que discurren aguas fluviales protegidas por un bosque de ribera. Es el llamado Cañadón del Río Pinturas, en el entorno de Los Toldos. Inevitable detenerse, contemplar, regular la respiración e interrogarse cómo ese frágil ecosistema persiste en uno de las rincones más desolados y áridos de la Patagonia. Una inesperada asociación de ideas superpuso imágenes de nuestro paso por el Cañon de Chelly, en el NE de Arizona, lugar espiritual de la nación navajo. No es una casualidad gratuita, pues el Cañadón del Río Pinturas, aunque carezca del adorno espectacular de la aguja ‘Spider Rock’ de Chelly, recogida en numerosos films de acción y aventuras, es también un legado excepcional -y más remoto aún- de los primeros pobladores de América.

Como en Chelly miles de años atrás, las condiciones climáticas eran mucho más favorables para la actividad humana y la Cueva de Las Manos es el mejor nuncio de ese proceso, con pinturas rupestres de una belleza y singularidad excepcionales datadas hasta 13.000 años aC.

La cueva, en realidad un abrigo rocoso de algunos centenares de metros de longitud sobre el precipicio del río Pinturas, debe su nombre y originalidad a la masiva representación de manos humanas, las más antiguas realizadas en negativo, aquellas conseguidas con la técnica de aerosol, se cree que soplando el material cromático a través de pequeños huesos vacíos. También son visibles las impresiones de manos en positivo; es decir, aquellas imágenes conseguidas apoyando la mano en la pared previamente pintada. Sumando los procedimientos se llega al millar de representaciones y los más perspicaces notarán la presencia de una mano con seis dedos.

Este paseo emocionante por los albores de la cultura americana se prolonga con la visualización de decenas más de escenificaciones de caza colectiva, siluetas de animales, figuras humanas y motivos geométricos, principalmente espirales, es el remate magistral a una obra rupestre mágica macerada durante miles de años por los pueblos cazadores recolectores más antiguos de América.  

Llegados al final del trayecto y tras las explicaciones del guía que sitúa este yacimiento y, muy especialmente el contiguo de Los Toldos, como uno de los asentamientos humanos más antiguos de América, tenemos motivos sobrados para reflexionar sobre el poblamiento del continente. Hasta no hace muy tiempo, la comunidad científica, particularmente la anglosajona, basaba el -joven- poblamiento de América en las hipótesis sobre la Cultura Clovis, una cultura paleoamericana descubierta en Clovis (Nuevo Méjico, EEUU) en 1932- que situaba la llegada del hombre a este continente en torno a 13.000 años aC. …  La misma época en que pruebas más recientes de radiocarbono fechan los hallazgos de Los Toldos, Cueva de Las Manos y Piedra Museo, los tres en la provincia de Santa Cruz, Argentina, así como otros análisis certificados de los yacimientos de Tooper (Carolina del Sud, EEUU), Monte Verde (Chile) o Pedra Furada (Brasil). Con los nuevos datos en la mano y atendiendo a la elaboración de teorías sobre rutas de entrada y difusión por el continente, los especialistas creen que los primeros cazadores recolectores ingresaron entre 25.000 y 50.000 años aC.

Concluido este paseo por la Cueva de Las Manos, la presencia en esta zona de Argentina es una oportunidad excelente para seguir merodeando en los tesoros de la Patagonia, más allá de los carriles de aventura que pronostican ad hoc las guías turísticas. El entorno del río Pinturas y su muestra de contrastes naturales extremos es el preámbulo de un libro en el que aprender, además de los orígenes del poblamiento humano de América, las primeras lecciones geológicas de la tierra. La provincia de Santa Cruz es generosa, extraordinariamente espléndida con el viajero inconformista dispuesto a un viaje de corte expedicionario para sumirse en el vacío más absoluto explorando estepas, llanuras pampeanas, cordones, zanjones, médanos, cañones, bajos, salinas, lagunas, ríos… todas los orografías y composiciones de terrenos posibles.

Rumbo este, el encuentro con estancias aisladas y sus moradores, la travesía del Valle del Río Deseado, el arribo al bosque petrificado de Jaramillo o el zigzagueo por la descarnada y espectacular costa atlántica a la descubierta de las numerosas pingüineras y faros perdidos son algunas de las recompensas que aguardan. Por el contrario, si fijamos la vista hacia los Andes, tenemos por delante la travesía de las estepas patagónicas más severas e inclementes que podamos surcar antes de avistar bosques, lagos, ríos de aguas bravas y glaciares.

Lo que decíamos, Bajo Caracoles es más que un cruce de caminos; es una toma de decisiones que puede definir un viaje. Texto: Mercè Duran y Chema Huete; Fotos: Ch. Huete.

Enlaces de interés:

Cueva de Las manos, Río Pinturas (Unesco)

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