El Auto Museum Moncopulli es un santuario para los amantes de los clásicos, guarda la mejor colección de Studebaker y otras joyas de la historia del automóvil. Y más sorpresas…

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La carretera 215 que une la ciudad chilena de Osorno con la frontera argentina es una cinta de oportunidades para el viajero. Cuando el trazado gana unos metros de altura, los paisajes placenteros se agrandan hasta convertirse en majestuosas panorámicas. No faltan las excusas a ambos márgenes para detener el vehículo, tomar unas fotografías, pasear por ribas de lagos o comenzar una caminata para descubrir los tesoros naturales del parque nacional Puyehue.  Por estos lares también se localizan algunas de las mejores marcas de cervezas artesanales de Sudamérica, que pueden degustarse a placer… y el Auto Museum Moncopulli, de visita obligada para todo apasionado del automóvil.

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Ubicado en una espléndida edificación en madera, a unos 15 kilómetros de Osorno, Moncopulli se creó a finales de 1995 y es el primer museo de automóviles clásicos de Chile. En sus salas se exponen un centenar de vehículos, la mayoría de marcas norteamericanas, con modelos emblemáticos como el Chevrolet Impala, Ford T, F150, Falcon, etc… Entre los representantes de la industria europea se pueden encontrar unidades Nash (1926), Isseta, Citroën 2CV, VW California, BMW, Mini, algún Unimog de los 60’ y un Austin 4×4 (1967) equipado con caja de cambios con convertidor que permite disponer también de cinco marchas hacia atrás. Unas cuantas motocicletas y algunas unidades de Subaru y Toyota figuran a la vista.

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Sin embargo, el mayor atractivo de Auto Museum Moncopulli es su colección de Studebaker, la mejor fuera de EEUU. En una preciosa sala ambientada con música yanquee de los 50’, bien referenciados se exponen medio centenar de vehículos que ilustran la trayectoria de esta pequeña marca norteamericana caracterizada por diseños audaces y una ajustada relación calidad – precio que ponía de los nervios a los dirigentes de las Big Three de la época.

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El ejemplar expuesto más antiguo es un Special Six de 1925 y no falta ninguna generación del Commander y Champion, los modelos de mayor difusión, con series que superaron las 150.000 unidades. Entre todos ellos, mi entusiasmo por sendos Champion, el icono de la marca, uno cabrio rojo de 1950 y otro sedán, versión Regal DeLuxe de 1951; un vistoso Hawk del 61, un coupé deportivo familiar aminado por un motor V8 de 225 CV o el Avanti del 63, otro coupé familiar V8 de 290 CV diseñado por Raymond Loewy y que constituyó el último intento por salvar la compañía.

También encontramos unas cuantas pick up, como versiones de los modelos 2R5 (1952) y Transtar (1956), pues Studebaker también apostó por la construcción de vehículos comerciales ligeros y camiones. En una dependencia exterior, aguardan varios ejemplares más para su restauración.

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Pero Moncopulli es más que una interesantísima colección de clásicos y 4×4, es también una vitrina de la evolución automotriz de la zona y de las inquietudes tecno culturales de sus habitantes, comenzando por el propio fundador del museo, Bernardo Eggers, que convierten su visita en una experiencia gratificante, muy entretenida. Estos propósitos están escenificados en la misma recepción, donde un inmaculado Ford TT de 1924 aparece rodeado de complementos deportivos, de viaje, cajas registradoras, herramientas y gramolas de la época. Ambientaciones similares podemos encontrarlas en otras dependencias referenciando desde aperos y maquinaria agrícola a estilos de vida de las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado, con embarcaciones deportivas de fibra y madera junto a algún Mini 850/1000.

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También encontraremos secciones dedicadas al modelismo, donde destaca una espectacular maqueta de trenes diseñada por Märklin, vitrinas con juguetes entrañables e instrumentos musicales y electrodomésticos variados. No obstante, el apartado más destacable es la colección de cámaras fotográficas, con más de un centenar de cámaras, además de accesorios variados, desde las primeras cajas de luz a las más modernas réflex que harán las delicias de todo aficionado a la fotografía. Chema Huete