Lafken Mapu Lahual es uno de los ecosistemas más relevantes del planeta y la comunidad de Manquemapu ocupa una posición central en este lugar privilegiado.

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Es un día de perros, al menos para conducir. La temperatura es baja, apenas 4 o 5 grados, llueve intensamente y la neblina de apodera de los márgenes del camino. El otoño austral enseña sus credenciales con fuerza en la región de los Lagos chilena. En la zona de Osorno donde nos encontramos ya están acostumbrados. Es más, muchos de sus habitantes, a pesar de los inconvenientes que presenta una climatología de este tipo, la prefieren a las incomodidades de los calores de las zonas del centro y norte. Como Rodrigo Ebbinghaus, un osornino de pro y boss de un centro de mantenimiento de maquinaria pesada y agrícola (Agromec), donde hemos parado a revisar el bloqueo del diferencial delantero de nuestro camper Puyehue.

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Hilvanando conversaciones, establecemos una pronta empatía. No solo sabe de mecánica; sus conocimientos del territorio son enormes, así como su interés por el propósito de nuestro viaje. Gracias a sus sugerencias, decidimos guardar la guía de turno y dejar los apuntes tomados en la red para otra ocasión. Sí, iremos hacia el Pacífico, como estaba planeado, atravesando la Cordillera de la Costa para recalar en sus calas y playas, ahora prácticamente desiertas. Pero en vez de la dirección NW prevista giraremos hacia SSW para adentrarnos en el área del Lafken Mapu Lahual (Mar y Tierra de Alerces, en mapugundún), uno de los 25 centros de diversidad biológica más relevantes de la tierra según World Wildlife Fund.

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Nuestro guía ocasional -y vocacional, diría yo- nos asegura que las cerca de cuatro horas de viaje, unos 150 km de recorrido, la mitad por pista, no serán en vano. El destino es más auténtico, incluso idílico desde la perspectiva del foráneo que busca tranquilidad y paisajes, afirma Rodrigo. Hacemos confianza… Por Purranque dejamos la Panamericana y tomamos dirección hacia Hueyusca, donde comienza la pista que atraviesa la cordillera de la Costa entre bosques de selva valdiviana, arrayanes, coigues y alerces. Vamos camino de las comunidades de San Pedro, San Carlos Panguirruca y Manquemapu. Son tres horas de viaje entre bosques lluviosos valdivianos y de alerces que dejan amplísimas perspectivas solo cuando el camino corona algún cerro. La vegetación es tupida, pero la visibilidad de algunas áreas de troncos resecos de alerces son la evidencia de un gran incendio ocurrido hace medio siglo causado por una negligencia. Superada la cota más alta, el tiempo comienza a mejorar rápidamente; las nubes se desgajan y en pocos minutos dejan un horizonte nítido; la luminosidad es extraordinaria, pero el mar se resiste a dejarse ver.

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El descenso hacia la costa es abrupto, con un trazado sinuoso que se aferra a la verticalidad de la montaña. La línea del mar aparece y desaparece en cada giro, queriendo situarse por encima de nuestras cabezas cuando enfilamos un nuevo descenso. Algunas pendientes alcanzan el 30% de desnivel y hacen necesario el engrane de las reductoras para que Puyehue pise con seguridad. Pero siempre hay un más difícil todavía… En uno de estos giros, con un negro de aúpa en nuestra mano y apenas dos palmos de margen, nos encaramos con el bus que comunica la zona con Purranque. Es un Mercedes Sprinter 4×4 rojo cuyo conductor puede llegar a realizar tres viajes al día, invierno o verano. Eso supone cerca de 400 km de pista al día ¡eso sí que es una etapa del Dakar, compays¡

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Ganada la costa, los enlaces entre San Pedro, San Carlos y Manquemapu serán de este corte, una suerte de ”dragonkan” de ripio que exige atención, pero que obsequia con unas panorámicas magníficas, de las que dejan huella en la memoria. Acantilados de centenares de metros enfrentados a un largo anfiteatro de rocas emergiendo con fuerza del mar, unas veces en forma de afiladas agujas, otras más voluminosas, con arcos enormes. Y cuando el camino desciende hacia playas y caletas es para franquear algún desgastado río que remolonea en la arena antes de esfumarse entre las olas del Pacífico. Si el paraíso terrenal existe, no debe estar muy lejos de este ‘lugar de Cóndores’, que significa Manquemapu en lengua mapuche.

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San Pedro es nuestra primera parada, pernoctamos en la finca de una familia huilliche; su hospitalidad se salda con 5.000 pesos por la acampada. Al otro lado del río, en una estrecha franja de terreno, un par de docenas de casas de pescadores se apretujan precariamente en una estrecha franja de terreno. Se establecieron aquí por su cuenta y riesgo en la década de los 80’ del siglo pasado provenientes de Bahía Mansa (al norte) en busca de la captura del loco, un molusco muy apreciado. Esta ocupación no es aceptada por la comunidad mapuche y eso se percibe en las relaciones entre ambos grupos. Un par de preguntas propias de un turista inocente como, por ejemplo ¿cómo se pasa al otro margen del río? son suficientes para darse cuenta del ‘buen rollo’ que se llevan…

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El paso de Caleta San Carlos es ahora muy sencillo desde la construcción del puente que salva el río. Hace un par de años había que estar atento a crecidas y horarios de las mareas para vadearlo. Aquí se resguardan las barcas mayores de los pescadores de la contigua comunidad de Manquemapu. Un par de kilómetros más delante de constante sube y baja, ya próximos a ésta, nos detenemos en un mirador dominante de la costa que, además, conmemora un hecho desgraciado en la historia contemporánea de la zona y del país: el naufragio de dos embarcaciones de la armada chilena acaecido en agosto de 1965 que causó la muerte de unos 50 marineros. En la playa de Manquemapu quedan algunos vestigios de una de las naves y la tragedia se conserva bien viva en el recuerdo de sus habitantes.

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La perspectiva de Manquemapu y su valle fluvial cautiva desde la pista; los rayos oblicuos del sol a esta hora de la tarde se reflejan con fuerza en las mansas aguas del río. Las casas de la cuarentena de familias del valle se acomodan entre los meandros del río, a ambos márgenes. La tierra tiene aspecto de ser muy fértil, aunque la pesca, el marisqueo, la recolección de algas y la explotación de la madera del alerce en forma de tejuelas y basas son las actividades económicas mayoritarias. A estas, hay que empezar a sumar los recursos de un turismo incipiente.

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Un nuevo puente colgante permite a sus habitantes traspasar de un lado a otro el pequeño estuario, aunque no han caído en desuso la vieja balsa de rieles ni las pequeñas barcas de remos. La armonía del lugar, aislado hasta la construcción de la pista en 2001, transmite una sensación de sosiego absoluto. Es fácil pegar hebra con sus moradores -gracias Olga, Daniel, Juan por vuestra amabilidad- y todos parecen colaborar en la misma dirección para beneficio de la comunidad. Paseamos de un lado para otro, también valle arriba, obteniendo siempre respuesta a nuestra curiosidad; Puyehue reposa al abrigo de las olas y durante unos cuantos días disfrutaremos de la hospitalidad de Manquemapu. Sí, el paraíso no está lejos… M. Duran / Ch. Huete

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Apuntes prácticos:

  • No hay gasolineras en el recorrido. La última estación de servicio está en Purranque.
  • Pernocta: Hay un camping en las inmediaciones de Caleta San Carlos, pero también es cierto que no hay dificultades para ubicar el camper con el consentimiento previo de los habitantes y/o propietarios del lugar. En San Pedro suelen cobrar según la zona elegida.
  • Un lugar para comer antes de emprender el viaje: el Club de Purranque, que va de paso, ofrece buenos menús y a buen precio.